Aquí la unidad económica es la familia y, con frecuencia, mis artículos los escriben mis hijos, aunque los firme yo; del mismo modo que sus trabajos de plástica…, ejem. Todo resulta felizmente confuso. La columna de hoy, sin ir más lejos, será un poema de mi hijo de ocho años. Éste: «Huy, el colegio,/ qué molesto./ Estoy casi muerto/ en este colegio.// Trabajo, trabajo y más trabajo./ !Sin descanso¡/ Estoy muy cansado./Son muy pesados».
Algunos críticos han destacado una influencia de Gloria Fuertes, pero yo atisbo mucho más un aire albertiano, siquiera sea porque lo da la tierra. El golpe de palanca que puso en marcha el motor de la inspiración (por tirar de una imagen de T. S. Eliot) fue una tarea del colegio, como no podría ser -diría mi hijo- de otro modo. El poema no miente.
«El tema era libre, sí, pero tan libre, tan libre…», le recriminará quizá el profesor. En realidad, libre no es ni puede serlo, porque versos se pueden escribir de cualquier cosa, pero poesía sólo de lo que nos estremece. Yo le veo, además, un guiño autorrefencial, como de «un soneto me manda hacer Violente», pero en versión escolar. Sin embargo, destacaría sobre todo sus méritos estilísticos. Ah, el arranque, oh, tan mío, como ha señalado el columnista Francisco J. Peláez: «La interjección inicial hace redundante cualquier prueba de paternidad posterior».
Ver cómo se alarga más y más el verso que hace referencia a la cantidad de trabajo que la pobre criatura tiene que desarrollar produce el placer estético de la forma ciñéndose al fondo de la idea. Para compensar el ritmo, la línea siguiente es breve. El verso «qué molesto» tiene un punto de understatement, que se retoma en el último verso. Que no será, me temo, el preferido de sus profesores.
Al principio pensé que el baile de los signos de exclamación del verso 6 era una falta ortográfica, pero José Muñoz-Rojas (nada menos) me llamó la atención sobre el carácter juanramoniano del jesto. Y caí. En efecto: los poetas deberían poner los signos de admiración siempre del revés. !Porque sólo hay que sentarse a escribir después de sentir la emoción y porque lo escrito debe abrir la emoción del lector sensible¡
Mi hijo escribió presa de un hondo sentimiento y la verdad es que, tras leerle, uno siente que, huy, tenemos mucho trabajo y trabajo y más trabajo, y que, a veces, los jefes -en el sacrificado cumplimiento de su deber- son muy pesados.
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