Llama la atención, en las homilías y discursos del papa Francisco, su insistencia en la existencia real y en la acción del demonio, y sus temibles efectos. El tentador y acusador por antonomasia, es también a menudo, en la Biblia, el divisor. Siembra mentiras y calumnias, sabe como reinar en la confusión, triunfa en el odio y se hace fuerte en todos los conflictos que nacen en el corazón humano. Nada escapa a su diligencia -la pereza no es su flaco-, y si tiene al ancho mundo por teatro, la Iglesia ha sido y sigue siendo el objeto predilecto de sus desvelos, de sus más refinadas artes.
La profunda división con aviso de cisma en Alemania, pero no sólo allí, es un gran problema de la Iglesia católica desde los últimos tiempos del pontificado de Benedicto XVI -quizá el asunto que precipitó su renuncia-, acrecentado visiblemente en estos últimos años de desasosiego y graves movimientos subterráneos, con epicentro en el mismísimo Vaticano. Que la Iglesia española no está a salvo de los mismos fenómenos, y que estos tienen postrado y desanimado a una parte notable del clero y del laicado más consciente -en el que se ha producido en estos años una inocultable desmovilización-, era algo sabido y de lo que en estos días hemos tenido una prueba más. Me refiero, claro está, a la asamblea de la Conferencia Episcopal Española y a las elecciones que se han celebrado en su seno.
No voy a entrar en cuestiones opinables como la llamativa edad de los cardenales elegidos como presidente y vicepresidente, ambos frisando ya los 75 años, o la oportunidad de que sea el actual arzobispo de Barcelona, quien ha dejado hacer y deshacer al clero secesionista en estos años, la nueva cabeza visible del episcopado español. Lo que parece más allá de las opiniones es que la división que se ha hecho patente entre los obispos tiene su correlato en el escaso entusiasmo de los fieles ante la noticia. Y esto sucede en un momento en que la Iglesia ha pasado a ser uno de los objetivos prioritarios de la agresividad del Gobierno en los frentes en que más necesita del apoyo masivo y sin fisuras de todos los cristianos: el ataque a la ya debilitada escuela católica y la ley de eutanasia son anticipos muy claros de un programa que quiere a la Iglesia radicalmente fuera de la vida pública. Que el divisor no descansa, eso ya lo sabíamos: las sorpresas son otras.
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