La ciudad filipina de Cebú acoge, desde el 24 al 31 de enero, el 51º Congreso Eucarístico Internacional. Es, sin duda, el país más propicio para ser espejo del amor a la Eucaristía. Los filipinos no faltan a la cita del domingo ni aunque se inunde, literalmente, la parroquia
Lucy es la presidenta de la capilla del Santísimo Sacramento de Baseco, una de las zonas más marginadas de la ciudad de Manila. Tiene siete hijos. Se levanta a las dos de la mañana para cocinar ellugao –arroz con caldo– que ofrecerá a sus vecinos después de la Eucaristía. A las 4:30 horas prepara a su hijo pequeño y lo lleva a la escuela. Después, adecenta la capilla. Cuando llegan los feligreses, todo está dispuesto.
«Lucy empieza el día a las dos de la mañana solo por el Señor. Doy las gracias a Dios por esta mujer, por su ejemplo, por su entrega alegre y desinteresada», afirma María del Pino Rodríguez, española y misionera del Santísimo Sacramento y María Inmaculada. Mapi –como la conoce todo el mundo– lleva diez años en Baseco, una zona en la que reina la insalubridad y el abandono. «La gente malvive en condiciones precarias, expuesta a múltiples enfermedades. Pero a pesar de la pobreza en la que vive, nuestro pueblo tiene mucha fe y nos enseña tanto… Son personas generosas, desprendidas, alegres, serviciales. Lo poco que tienen lo comparten y dan todos los días gracias a Dios por la vida, la familia y por el don de la fe». Además, tienen a la Virgen, «Mamá Mary, como la llaman. Ella es la compañera de camino para la mayoría de los filipinos, la Madre que cuida de sus familias, de sus amigos…»
«Nada nos puede separar de Dios»
Solo en Baseco hay 17 capillas católicas en las que se celebra semanalmente la Eucaristía. La gente va a Misa «llueva, truene, o haga un calor asfixiante. Incluso cuando la capilla queda inundada por la lluvia, nada les impide ir a celebrar la Eucaristía con sus chinelas –chanclas– que les permiten andar por el agua con facilidad», afirma Mapi. Así ocurrió el pasado 20 de diciembre, cuando el tifón Nona asoló el país. Ese día se celebraba en la capilla de San Roque, en Iscundo, el Simbang Gabi, el sexto día de la novena antes de Navidad. «El agua nos llegaba por las rodillas, y el altar estaba casi inundado, pero ni siquiera eso pudo impedir que los fieles asistiesen a la Eucaristía. Nada nos puede separar del amor de Dios», afirma el seminarista Fiel Louie Narciso Pareja, que asistía como monaguillo ese día a la celebración. El padre Eisen Juan Cruz, el sacerdote que celebraba, asegura a este semanario que sus fieles, «con profunda fe, humildad y sinceridad, apelan a un Dios bondadoso para que les provea de bienes espirituales, antes incluso que los bienes terrenales, y eso que no tienen nada que comer. En tiempos difíciles, la gracia de la Santa Eucaristía se vuelve más y más nuestra única esperanza».
María Teresa Rosillo, hermana de Nuestra Señora de la Consolación, llegó hace diez años a Cebú para fundar una comunidad en el país. «Recuerdo cómo en 2009 el tifón Ondoy inundó todo Manila. Nuestra calle se convirtió en un río caudaloso, y la casa se inundó hasta el techo. La gente lo perdió todo. Desde entonces, cada año, los vecinos organizan una Misa de acción de gracias. “¿Dar gracias por el tifón?”, me preguntaba yo el primer año. “No, damos gracias porque estamos vivos y la Misa es la mejor acción de agradecimiento que podemos ofrecer a Dios”».
Centros comerciales con fe
La fe de los filipinos se manifiesta, especialmente, en la devoción a la Eucaristía. Todo se festeja con Misas. «Hasta los centros comerciales acogen la celebración de la Eucaristía los domingos. Algunos tienen ya una capilla, otros la montan cada semana o celebran en la sala de cine para multitudes», cuenta desde Cebú María Teresa. «La asistencia los domingos es masiva. Lo normal es que todas los templos estén llenos, y hay parroquias con 15 misas al día, desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche». De hecho, los últimos años, «casi todas las parroquias han fomentado la creación de la capilla de adoración eucarística, que permanece abierta invitando a los fieles al recogimiento y la oración. Es el momento elegido por los filipinos para reflexionar y orar juntos en memoria de Jesucristo, y compartir el amor, la amistad y la vida en comunión», afirma el español Ángel Calvo, misionero claretiano, desde Zamboanga.
Esta adoración eucarística es el centro de la labor de la Fundación ANAK-Tnk, con la que colabora el joven Javier Pascual. Cada semana, los centros para niños de la calle que sostiene la institución «enseñan a los pequeños a descubrir a Jesús en el silencio. Niños de todas las edades se reúnen para celebrar la presencia eucarística. Y lo hacen con un silencio que sorprende». Javier recuerda una anécdota de su última visita: «Iba con unos niños a recoger unos altavoces de otro centro, y pasamos cerca del lugar de la adoración. Uno de los pequeños levantó un poco la voz, y rápido salió una niña de 6 años a pedirle silencio: “Shhh, Jesús está ahí”».
Cristina Sánchez Aguila
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