Con mi tradicional Cuento de Navidad despido un año en esta tribuna de San Fernando Información en la que he escrito desde la Libertad lo que opino, siento y pienso...
Este año el cuento está escrito en color verde Esperanza.
Gracias por vuestra confianza y estar siempre ahí.
Jesús Rodríguez Arias
ESPERANZA
Se había levantado pronto cosa que hacía siempre desde que tenía once años. Cuando era niña, según le dice su madre Natividad, le gustaba remolonear antes de incorporarse de la cama en días de fiesta.
Lleva el día con el cuerpo entrecortado, le pasa lo mismo desde hace cuarenta años. La Navidad que era una fiesta muy bonita se volvió oscura y tenebrosa desde que pasó lo que pasó. Desde entonces poco o nada había que celebrar a pesar de que su madre y sobre todo la abuela Purita pusieran, haciendo de tripas corazón, toda la leña en el asador para que tanto su hermano Sebastián como ella celebraran la festividad del Nacimiento de Jesús.
Recordaba que hacía un año, más o menos, su padre Nicolás había sido destinado a tierras del norte de España, a una región, una ciudad, donde ser Guardia Civil se pagaba con la vida. Ella tendría nueve años y aunque notó el cambio de pasar de la amabilidad de un pueblo del sur a una ciudad donde sus habitantes vivían con miedo a hablar o poniendo gestos de menosprecio cuando señalaban a la Benemérita como “txakurras o pikoletos”.
Le duele hacer memoria de esos años porque de pasar a la alegría de la casa cuartel en ese pueblo que tanto los querían a tender los uniformes, como hacía madre, por dentro para que nadie de fuera supiera que allí vivía un guardia había un abismal trecho. Algunos indolentes les echaban en cara que no se integraran en la sociedad, que no fueran de los “suyos”, pero cómo iban hacerlo si el hecho solo de vestir el verde uniforme los condenaba a muerte. Fueron tiempos muy duros y de mucha incomprensión.
Siempre recordará ese 18 de diciembre de 1983. Su padre Nicolás, vestido de paisano pues acababa de salir de guardia, le acompañaba al colegio como todos los días. A su hermano Sebastián, tres años menor que ella, lo llevaría su madre al autobús pues ese día tenían excursión.
Teníamos previsto marchar el día que se juega el Gordo de la Navidad para nuestro pueblo del sur, donde vivían los abuelos. El abuelo Paco, padre de mi padre, también era Guardia Civil, aunque ya llevara algunos años retirado. Íbamos charlando de nuestras cosas, riéndonos, proyectando las excursiones que haríamos, lo bien que nos lo pasaríamos en las cenas y almuerzos familiares.
Todo eso se truncó en un instante. Un ruido ensordecedor me empujo y solo alcancé a ver a dos individuos con la cara tapada con un pasamontaña negro que corrían velozmente ante la mirada llena de estupor de los paseantes. Mi padre tirado en el suelo boca abajo con la cabeza ensangrentada… No puedo contaros más porque dicen que perdí la conciencia. Con el tiempo supe le habían descerrajado el cráneo de un tiro que fue atribuido a un comando formado en agosto de ese fatídico año.
Desde entonces el tiempo se paró en casa, nos mudamos a nuestro pueblo del sur donde todos nos cuidaron, donde nuestros abuelos, tíos, primos, amigos, han hecho todo lo posible para fuéramos lo más felices posible. Eso sí, tanto ellos como mi madre Natividad nos recordaban a nuestro padre a cada momento. Se sentían orgullosos de este buen guardia que entregó su vida para que todos viviéramos en paz.
Hoy, 18 de diciembre, Esperanza se ha vuelto a levantar muy temprano. Nunca se casó. Trabaja como funcionaria en el ayuntamiento de su pueblo. Su madre Natividad ya es mayor, sus abuelos hace tiempo fallecieron. Hoy vuelve su hermano Sebastián, que es Guardia Civil como padre y abuelo Paco, viene con la familia a pasar con ellos la Navidad.
Mi madre hizo que creciéramos en el perdón a nuestros enemigos. Perdonar no es olvidar, es reclamar que se haga justicia sin venganza.
Esperanza ha vuelto a creer en Jesús, que cada año se hace Niño por todos nosotros, ha vuelto a disfrutar de la Navidad…
Esperanza sabe que un Guardia Civil puede morir, pero nunca se rendirá.
Con mi particular cuento os deseo a todos una Feliz Navidad y un venturoso, Dios lo quiera, año 2024. Nos volvemos a reencontrar el lunes 8 de enero.
Jesús Rodríguez Arias