Llegó a mi vida sin proponérmelo y para quedarse...
Hoy os lo cuento en mi semanal tribuna de San Fernando Información.
Jesús Rodríguez Arias
BIEN
APARECIDA
Se acercan unos días que son
marianos por antonomasia siendo esta semana especial pues se celebra el dogma
de la Inmaculada Concepción de María que a mí particularmente me toca de lleno
toda vez que cada 8 de diciembre lo llevo marcado a fuego en el alma ya que ese
día la imagen de María Santísima de la Amargura, cotitular de mi querida
Hermandad de Afligidos, celebra cultos y estará expuesta a veneración pública
en Besamanos. ¡Cuántos recuerdos y vivencias palpitan en mis sienes con la
Madre y Señora del Cristo Nuevo!
La Inmaculada Concepción es
Patrona de España y también de la Real y Benemérita Institución de los
Caballeros Hospitalarios Españoles de San Juan Bautista a la que me honro en
pertenecer hace más de una década y que realiza una ingente labor en favor de los
más necesitados de la sociedad.
El que bien me conoce sabe que
soy muy de Cristo, muy del Sagrario, aunque eso no es óbice para que mi vida
esté impregnada con el envolvente perfume de María y por eso mismo os voy a
contar el por qué he titulado este artículo de esta manera.
María, Madre de Dios, nuestra
y de la Iglesia, es solo una siendo sus advocaciones las que nos acercan más si
cabe a Ella. Como carmelitano de pila la Virgen del Carmen de La Isla forma
parte de mi ADN original, la advocación de María Auxiliadora le profeso cariño
y devoción desde esos años que viviera en Chiclana, cerca de Campano, donde
estudiaba y trabajaba en el campo por igual. Rosario siempre formará parte de
mi recorrido existencial…
El año pasado fue duro porque
sin pensarlo cayeron, sin esperármelo, lugares idealizados, personas en las que
confiaba, devociones que pensaba eran profundas. Solamente el dolor puede
provocar este tipo de terremoto existencial. Llegué a Cantabria con el paso
algo cambiado a un lugar donde se vive desde la libertad y supuso el esperanzador
hálito que tanto necesitaba. Esperanza es una advocación que también me nutre y
alimenta.
Fue en este lugar, donde me
hallo a la hora de escribir este artículo, cuando sin proponérnoslo, nos
encontramos en un precioso Santuario rodeado de montes y ese inigualable y
envolvente aroma que nos ofrece la desnuda naturaleza. Entramos dentro del
mismo, lo conocíamos de cuando lo visitamos hace más de diez años gracias a los
cursos de verano que se celebraban la tercera semana del mes de julio en
Santander. Allí estaba Ella, tan pequeñita, tan cántabra, tan bonita…
Y la Virgen de la Bien
Aparecida, Patrona de Cantabria, quiso hacerse la encontradiza conmigo, algo
mientras le rezaba con profunda emoción hizo que las abiertas heridas fueran
sanando con el bálsamo de Fe y Amor de la Santísima Virgen María. Cuando
entramos en la tienda de recuerdos compré una sencilla estampa, la guardé
dentro del Evangelio que leo y medito. Le rezo todos los días, pongo en sus
manos mis inquietudes, ofrezco mis pesares y padecimientos, imploro y rezo por
los míos, por los que tengo cerca e incluso lejos.
Ya no podría vivir sin verla
todos los días, rezarle, hablar con Ella. No es la imagen más bella del mundo,
pero para mí es la más bonita por sencilla y pequeña.
En verdad lo que nos hace
verdaderamente grandes ante Dios y los hombres es la forma de adecuar nuestros
pasos a los que nos lleve ser pequeños, sencillos y humildes de corazón. En un
mundo donde es más el que más tiene, en una sociedad que valora el que tanto
tiene y tanto vale, donde todos intentan ser famosos de sus propias historias
por medio de las redes sociales, donde la inmensa mayoría quiere tener razón, aunque
les falten argumentos, a estas alturas soy de esos que prefieren vivir alejados
del mundanal ruido, aunque no de las personas que quiero y me quieren de
verdad.
Este pasado septiembre
Hetepheres me hizo un regalo maravilloso por nuestro aniversario de boda: Una
pequeña imagen pintada a mano de la Virgen de la Bien Aparecida tal y como
aparece en la estampa de mis rezos. Ahora Ella está siempre a la vista, ahora
escribo gloriándome en Ella.
Jesús Rodríguez Arias
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