Carmelo López-Arias
El pasado 25 de marzo, festividad de la Anunciación y Día Internacional del Día por Nacer, la iglesia de San Agustín de París se abarrotó con casi dos mil personas que quisieron escuchar la conferencia, "meditación" más bien, según sus propias palabras, del cardenal Robert Sarah sobre el profesor Jérôme Lejeune (1926-1994), descubridor del gen causante del llamado síndrome de Down y gran abogado de las personas que lo padecen.
Ferviente cristiano y máximo exponente de la causa provida en el siglo XX, su proceso de beatificación se abrió en 2004 y se cerró en 2012 en fase diocesana. El profesor Lejeune vivió torturado por la idea de que su descubrimiento sirivese, mediante el diagnóstico prenatal y la legalización del aborto eugenésico en casi todo el mundo, para el exterminio sistemático de estas personas. Hoy la Fundación Jérôme Lejeune continúa su labor tanto en la defensa de la vida humana del no nacido como en la atención práctica a personas con trisomía 21.
Una batalla apocalíptica
El cardenal Sarah comenzó explicando que no tuvo el "privilegio" de conocer personalmente al profesor Lejeune, pero comenzó su intervención con unas palabras suyas: "Si se quiere atacar verdaderamente el Hijo del Hombre, Jesucristo, solo hay un medio, y es atacar a los hijos de los hombres. El cristianismo en la única religión que dice: 'Vuestro modelo es un niño', el niño de Belén. Cuando os hayan acostumbrado a despreciar a los niños dejará de haber cristianismo en este país". Unas palabras proféticas, si se advierte la rápida descristianización de Francia coincidente con la legalización del aborto en 1975.
El prefecto de la Congregación para el Culto Divino planteó sus palabras más como una meditación que como una conferencia.
"Puede afirmarse que el combate del profesor Jérôme Lejeune, con las únicas armas de la verdad y de la caridad, un combate librado con las manos desnudas, se inscribe en la batalla final, evocada en el Apocalipsis según San Juan, entre Dios y Satanás. Frente a la arrogancia del Goliat de los poderes financieros y mediáticos, fuertemente armada y protegida por la coraza de sus falsas certezas y por las nuevas leyes contra la vida, la Iglesia católica del siglo XX, al menos en Occidente, parece ese 'pequeño resto' del que hablan las Sagradas Escrituras".
Un cadenal contundente contra el aborto
"En efecto", continuó, "la Iglesia católica, cual David, solo dispone del pequeño guijarro del Evangelio de la Vida y de la Verdad, y sin embargo golpeará al gigante en plena cabeza y lo derrotará. Lo sabemos bien, y la vida entera del profesor Lejeune nos aporta un brillante testimonio, se trata de una batalla a la vez áspera y decisiva, que será larga y se parece a la de los últimos tiempos descritos en el último libro de la Biblia. Afecta a la supervivencia de la humanidad misma. El 'dragón infernal de siete cabezas que escupe fuego', prototipo de esa cultura de la muerte denunciada por San Juan Pablo II en su magisterio, se detiene ante la mujer embarazada, dispuesto a devorar al niño en cuanto nazca, y a devorarnos también a 'nosotros' (cf. Ap. 12, 4).
»Seamos conscientes de que, una vez más, y esto ha sucedido muy a menudo en su larga historia bimilenaria, la Iglesia constituye el último obstáculo contra la barbarie: ahora no se trata de Atila y los hunos, a quienes detuvo Santa Genoveva a las puertas de París en 451, ni del combate de los Papas del siglo XX (desde Pío XI hasta San Juan Pablo II) contra los diversos totalitarismos que ensangrentaron Europa y el resto del mundo. Se trata de una barbarie aséptica en el laboratorio, terriblemente eficaz, de la cual la opinión pública apenas se da cuenta, anestesiada como está por los Goliat de los poderes financieros y mediáticos. Sí, se trata de un combate… a vida o muerte. Si no fuese así, ¿estarían intentando los poderes públicos en Francia silenciar a las páginas web provida inventándose un delito de “coacción digital” contra el aborto? Durante la discusión de este proyecto de ley aberrante en el Parlamento francés, los defensores de la vida han sido verbalmente linchados por haber osado recordar que el aborto no es un derecho, sino un crimen, y el mayor drama de nuestro tiempo”.
Aplastado y entre espinas
Tras este impresionante arranque, el cardenal Sarah glosó la vida del profesor Jérôme Lejeune, su rechazo a los compromisos y su renuncia a los honores, “aceptando la humillación del exilio interior”: “Contra viento y marea, permaneció fiel a Cristo y al Evangelio, y por eso representa para cada uno de nosotros un ejemplo admirable de fortaleza en la fe y de entrega en la caridad”.
Y añadió que también es una vida de “mártir cristiano” aquella “durante la cual todo se ofrece a Dios, incluida la vida, la familia, la reputación y la honra para que sean aplastadas a los pies de los paganos, una vida en la que se renuncia a todo por el Amor de Dios”.
Sarah recordó que la comunidad científica a la que Lejeune pertenecía “si no le rechazó, sí le marginó por sus posiciones sobre la cuestión crucial de la vida, consideradas demasiado rígidas o extremistas”.
A ello unió un servicio “a los enfermos y a sus familias, a la cabeza de un equipo que puede considerarse fraternal, animado solo por el deseo de curar, o al menos de aliviar los sufrimientos físicos y morales provocados por la enfermedad y sus limitaciones. La caridad que animaba al profesor Lejeune unía así los dos aspectos de su vocación al servicio del enfermo, y esta virtud teologal de la caridad fue la vía real que Jérôme Lejeune tomó con valentía y determinación para recorrer un camino plagado por las espinas de este mundo hacia la contemplación del Dios vivo, la Trinidad Santa del Amor.
»Mediante su servicio cotidiano, humilde y confiado en la Providencia, el profesor Lejeune puso rostro a la caridad de Cristo entre nosotros, y no se ha olvidado su sonrisa luminosa y resplandeciente y su mirada de un azul marcado por ese amor al prójimo que emanaba de un alma donde Jesús, recibido en la Santa comunión eucarística, había hecho su morada”.
"No sucumbió al orgullo"
El cardenal Sarah no dudó en posicionarse a favor de la beatificación de Lejeune: en él “puede hablarse verdaderamente de una espiritualidad de la Encarnación, que constituye, junto con la defensa de la verdad concerniente a la vida humana y junto con la compasión, como uno de los rasgos esenciales de esa santidad que deseo ver un día reconocida por la Iglesia, para que podamos beneficiarnos de su intercesión y, así, ser sostenidos en nuestra lucha contra la degradación actual de nuestra sociedad por su ejemplo y su combate por la vida”.
El cardenal Sarah, rezando ante la tumba del profesor Lejeune.
El prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino destacó a continuación “como este hombre de acción, a la vez científico y poeta, tan inteligente y de gran sensibilidada y delicadeza, no sucumbió al orgullo”. Escapó al riesgo “bien conocido por los ardientes misioneros del Evangelio”, de que “nuestro yo establezca su supremacía dejando subrepticiamente a Dios de lado”. Y lo hizo porque “resonaba constantemente en su corazón de creyente, de humilde servidor del Evangelio y de la Iglesia, la palabra de María en la Anunciación: Fiat”.
“Jérôme Lejeune consintió en dejar que Dios actuase”, añadió el purpurado: “Para la teología católica, consentir es aceptar esa unión de la libertad y de la gracia que eleva al hombre al nivel de colaborador de Dios. Para un bautizado, la decisión de remitir a Cristo la dirección de su propia vida es un acto fundamental, que permite frustrar las trampas del deseo de aparentar, de la decepción y de la tristeza”.
El valor del silencio
“Para ello”, continuó, “hay que hundirse en lo que yo llamaría la ‘discreción', es decir, en el silencio propio de los grandes contemplativos y de los auténticos adoradores de Dios”, y al que el cardenal Sarah ha consagrado uno de sus últimos libros.
Para Lejeune, el silencio fue además “una capa de plomo” vertida sobre él en sus últimos años, “fruto amargo de la ceguera y la mendacidad de los hombres”, pero, “lejos de destruirle, ese silencio se convirtió en una auténtica proximidad con Dios, una ‘fuerza’, la fuerza del testimonio, del martirio, la fuerza de la santidad”. Con ese silencio, él “suplicaba la compasión de sus contemporáneos hacia los más débiles, sus niños enfermos, en cuya voz se había convertido”.
Salir de la barbarie
“Queridos amigos”, dijo más adelante el purpurado guineano, de 71 años, “hoy nadie puede mostrarse insensible ni indiferente ante la obligación imperiosa de defender al niño que está por nacer. Más allá del aspecto moral que nos prohíbe atentar contra toda vida humana, sobre todo la que es inocente e indefensa, la protección del embrión es la condición sine qua non para que la civilización salga de la barbarie y asegurar el futuro de nuestra humanidad”.
Y añadió: “Si el profesor Lejeune estuviese aún en este mundo, seguiría la línea intangible de la denfesa de la dignidad de la persona humana, que fue la suya de manera constante. Por tanto se habría opuesto a ese falso y escandaloso ‘matrimonio’ homosexual, a esas aberraciones que son la procreación artificial y los vientres de alquiler, y habría combatido con energía sin igual la ideología realmente delirante y mortífera llamada ‘de género’… y no hablemos del transhumanismo, verdaderamente terrible”.
“¿Hasta dónde llegaremos en esta carrera hacia el infierno?”, resumió el cardenal antes de referirse al “triunfo de la eugenesia y de la selección del mejor capital genético para crear al superhombre ideal” y su terrible perspectiva de “una raza de señores” y otra de “subhumanos”.
La vida del hombre, imagen de Dios
Tras recordar que el Papa Francisco “nos llama a una movilización general por la vida”, el cardenal Sarah recordó que “la vida es un don de Dios y un don que Dios ha confiado a la familia, y es en la familia donde encuentra su fuente y el entorno que responde a su dignidad y a su destino… En la vida de cada persona humana, incluso la más débil y la más herida, la imagen de Dios resplandece y se manifiesta en toda su plenitud con la venida y Encarnación de Jesús, el Hijo de Dios y Salvador. Desde ese momento, todo hombre está llamado a una plenitud de vida que va mucho más allá de la dimensión de su existencia en la tierra, porque es la participación en la vida misma de Dios”.
“Esa era la convicción del profesor Lejeune, y tal es todavía la convicción inquebrantable de la Fundación que lleva su nombre”, concluyó el cardenal, antes de rematar su meditación con unas palabras de Jérome Lejeune, “quien no temió decir la verdad a tiempo y a destiempo”:
“No existe el Hombre con H mayúscula. Hay hombres, personas, y cada una de ellas merece respeto. Todos quieren derramar una lágrima sobre la condición del Hombre, y las grandes conciencias se enorgullecen con grandes aspavientos al hablar de los derechos del Hombre, pero muy pocos se preocupan de cada hombre, si no es la ley elemental de la caridad, una palabra fuerte hoy desprestigiada, y sin embargo irreemplazable, porque la caridad se extiende a todos y cada uno, y sobre todo a quien está justo a nuestro lado. Al ‘prójimo', como nos dice el catecismo”.
Vídeo de la meditación del cardenal Sarah sobre el Jérôme Lejeune (dividido en dos partes)
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