Dedicado, con todo el
cariño, a los mayores de Villaluenga del Rosario
Permítanme hoy jueves dedicarle mi artículo semanal a
nuestros mayores. Padres, tíos o abuelos que en la vida lo han dado todo por nosotros
y que en muchísimos casos nos han inculcado unos valores tales como el trabajo,
el respeto, la honestidad, el sacrificio, la honradez, la generosidad,
etcétera, y cuyo epicentro ha estado fundamentado en la fe en Cristo y en su
madre la Virgen María. Pero hoy me quiero detener en unos mayores que desde
hace casi un año he empezado a conocer gracias al descubrimiento espiritual de
un paraíso natural en plena sierra de Cádiz, que no es otro que Villaluenga del
Rosario, el pueblo más elevado y, a su vez, más pequeño de la provincia
gaditana y que aún conserva ese sabor intrínseco propio de las localidades
acuñadas en la Ruta de los Pueblos Blancos.
Villaluenga del Rosario es un lugar donde, por encima de
todo, además del encanto de sus calles, sus gentes y sus tradiciones,
encuentras la paz que necesitas para desconectar del mundanal ruido que nos
rodea y que nos engloba en una rutina en la que las prisas y los agobios marcan
las manecillas de nuestro discurrir diario.
En la portentosa belleza de sus encaladas y encaramadas
calles puedes palpar la pureza de sus gentes, donde un ‘buenos días’ o un ‘vaya
usted con Dios’ no falta por ninguno de sus rincones, aún siendo un desconocido
del lugar para, al poco tiempo, acogerte cariñosamente como un vecino más del
pueblo.
Y esta pureza se percibe, más si cabe, en sus mayores. Esas
enciclopedias de la vida que tanta sabiduría han adquirido a lo largo de una dilatada
y no menos sufrida existencia y que, de modo autodidacta en multitud de
ocasiones, han tenido que instruirse en la sapiencia del día a día.
Hombres y mujeres que, en la inmensa mayoría de los casos,
tienen y sienten muy cerca la presencia de Cristo y María en una fe pura y
llena de grandeza dentro de sus corazones, que contrasta con la cercanía y sencillez
de sus personas.
Una fe que se manifiesta en los actos religiosos que tienen
lugar en este bendito pueblo durante todo el año, como puede ser la Semana
Santa, El Corpus Christi, la Romería de la Divina Pastora, San Roque, el
Rosario de las Piedras, la Procesión de la Virgen del Rosario, y, cómo no, en
la Eucaristía dominical de la Parroquia de San Miguel.
Y es aquí donde, cada domingo, estas personas manifiestan
más si cabe ese dogma a través de Nuestra Señora del Rosario (patrona de
Villaluenga), Jesús Nazareno, Nuestra Señora de los Dolores y, por supuesto, la
devoción a Jesús Sacramentado.
Una devoción al Santísimo que se exterioriza mediante un
recogimiento interior en el momento de la consagración y, sobre todo, en la
comunión, instante en el que nuestro cuerpo recibe la Augusta presencia de
Cristo hecho vida. Es ahí cuando contemplamos a esas personas como viven con suma
ilusión el momento de tomar a Dios para, una vez de vuelta tras comulgar,
arrodillarse en las bancas, a pesar de lo avanzado de la edad en algunos casos,
y no dudar en entrelazar sus sabias y trabajadas manos, agachar la cabeza y
ponerse en manos del Altísimo para pedir, rogar, agradecer... o simplemente
implorar un padrenuestro o un avemaría.
Hombres y mujeres enjaezados con sus mejores galas, algunos
con bastones y muletas. Mujeres ataviadas con lutos perpetuos en honor a sus
seres queridos que ya marcharon al encuentro con Dios. Rostros ya arrugados por
el paso de los años pero tersos en la perseverancia, en el amor y en la fe.
Miradas que rebosan bondad y felicidad por los cuatro costados y que todos los
domingos del año, llueva, nieve, haga frío o calor, tienen una cita ineludible
con la augusta presencia de Cristo y de su madre la Virgen María.
Nos encontramos ante un dispendio brutal de fe en el que se
elude el lujo hacia lo exterior y lo material, tal y como estamos acostumbrados
por desgracia en multitud de ocasiones, para realizar un verdadero ejercicio de
enriquecimiento espiritual del que muchos individuos deberían aprender y tomar
como referencia a estas sabias personas.
Sirvan estas líneas para expresar mi más sentida admiración
por todos los mayores de Villaluenga del Rosario, por la sabiduría y los valores que nos
inculcan a todos y, por supuesto, por la fe que profesan, digna de admiración,
como auténticos y fieles siervos de Cristo y María.
Alabado sea Jesús Sacramentado...
Beltrán Castell López.
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