Juan Carlos Corvera, presidente de la Fundación Educatio Servanda
«Una sociedad sin límites ni normas nos lleva al caos. Lo mismo ocurre con los hijos»
¿Cuál es la línea que separa la autoridad del autoritarismo? ¿Ejercer el poder con los hijos lleva a perder su afecto? ¿Qué efectos tiene en la educación la falta o el exceso de límites? Estos y otros temas se abordarán en el VII Congreso Nacional de Educadores Católicos que ha organizado la fundación Educatio Servanda. Y Alfa y Omega se las plantea en esta entrevista al presidente de la fundación, Juan Carlos Corvera.
El próximo 12 de marzo, la Fundación Educatio Servanda organiza su VII Congreso Nacional de Educadores Católicos, en el colegio Juan Pablo II de Alcorcón. Una cita que reúne cada año a más de mil asistentes, que se ha convertido en referente para el mundo educativo y que este año girará en torno a la autoridad. El lema ya es de por sí claro: «Educar con autoridad: en busca de la referencia perdida».
El presidente de Educatio Servanda, Juan Carlos Corvera, profesor y padre de familia numerosa, explica para Alfa y Omega que «aunque educar no es nada fácil, conocer los límites, tener normas y reglas aporta seguridad al niño, orden al adolescente y serenidad al joven».
El presidente de Educatio Servanda, Juan Carlos Corvera, profesor y padre de familia numerosa, explica para Alfa y Omega que «aunque educar no es nada fácil, conocer los límites, tener normas y reglas aporta seguridad al niño, orden al adolescente y serenidad al joven».
¿Por qué la Fundación Educatio Servanda ha querido dedicar el Congreso de este año a la autoridad en los educadores?
Vaya por delante que mi «ubicación» natural como educador se sitúa por ley natural en el ámbito original, primario e inalienable de ser padre de familia de cuatro hijos. Y es que los congresos de Educatio Servanda lo son de educadores, esto es: padres de familia, maestros, profesores, catequistas, educadores sociales, sacerdotes, monitores de tiempo libre… y todos los que tratan de aprender este «arte» desde sus esferas previas: novios, estudiantes, seminaristas, etc. Este año, hemos situado la autoridad en el centro de la diana porque autoridad y educación se relacionan en proporción directa. En el extremo, sin autoridad no puede darse la educación. Si el discente no reconoce la autoridad del docente, el aprendizaje sólo podrá darse por una vía coercitiva, pero eso no es educación.
Eso es algo que suele escucharse con frecuencia pero, ¿en que se basa para hacer esa afirmación?
Pues en mi propia experiencia, que desde un enfoque «wojtyliano» no es tanto un concepto referido a la acumulación de conocimiento con el paso del tiempo (que también), sino más bien un proceso vivencial, por el que accedemos a una determinada realidad que se consolida en conocimiento mediante la comprensión racional y objetiva de esa realidad.
Educar significa conducir, guiar al niño en una determinada dirección, y el que conduce debe tener la confianza de aquel que es conducido. Si estuviera usted perdido en medio de un bosque, ¿se dejaría guiar por alguien que está más perdido que usted? La confianza es el cimiento de la autoridad, y esta, a su vez, el pilar de la educación.
Educar significa conducir, guiar al niño en una determinada dirección, y el que conduce debe tener la confianza de aquel que es conducido. Si estuviera usted perdido en medio de un bosque, ¿se dejaría guiar por alguien que está más perdido que usted? La confianza es el cimiento de la autoridad, y esta, a su vez, el pilar de la educación.
«Educar significa conducir, guiar al niño en una determinada dirección. Si estuviera usted perdido en medio de un bosque, ¿se dejaría guiar por alguien que está más perdido que usted? La confianza es el cimiento de la autoridad, y esta, a su vez, el pilar de la educación».
¿Qué diferencia el poder de la autoridad?
Ya el derecho romano diferenciaba muy claramente los conceptos de «potestas» y «auctoritas». La «potestas», el poder, es la capacidad legal que tienen las personas para tomar decisiones que son vinculantes para otros. Un juez tiene poder para juzgar. En el terreno laboral, un jefe lo tiene sobre sus subordinados. La «auctoritas», la autoridad, es la capacidad moral que tiene una persona de emitir opiniones o juicios que son admitidos por quienes le escuchan, gracias a su prestigio, a su conocimiento en la materia, su experiencia, etc.
Hoy, sin embargo, se confunde con frecuencia autoridad con autoritarismo. ¿Qué los diferencia?
El autoritarismo, a pesar de la similitud léxica con la autoridad, no tiene que ver con ella. Al contrario, hace alusión a una manera de ejercer el poder sin tener en cuenta las opiniones o criterios de los demás, impone en lugar de convencer, fuerza más que persuadir. Autoridad sí, autoritarismo no.
Por vuestra experiencia en los distintos colegios y centros de FP Juan Pablo II y en las múltiples actividades que lleváis a cabo con las familias, ¿cree que los padres tienen complejos y malos hábitos, por exceso o por defecto, a la hora de ejercer la autoridad con sus hijos?
Existe una cultura bastante generalizada que trata de evitar el enfrentamiento con los hijos. Las pugnas, las luchas, son del todo inevitables en el proceso educativo. Encontramos cada vez con mayor frecuencia que los padres piensan que ejercer su poder, su «potestas», o sea, su legitimidad para educar a sus hijos delimitando sus acciones, poniéndoles normas y límites, es sinónimo de perder cercanía con ellos. Temen más una supuesta reacción de «separación afectiva» de sus hijos que las bondades que les aportan las normas. Además es más cómodo.
La verdad es que educar no es nada fácil, pero conocer los límites, tener normas y reglas aporta seguridad al niño, orden al adolescente y serenidad al joven. En el mundo adulto, una sociedad sin límites, sin normas, nos conduciría al caos. Ocurre lo mismo con nuestros hijos y alumnos.
La verdad es que educar no es nada fácil, pero conocer los límites, tener normas y reglas aporta seguridad al niño, orden al adolescente y serenidad al joven. En el mundo adulto, una sociedad sin límites, sin normas, nos conduciría al caos. Ocurre lo mismo con nuestros hijos y alumnos.
«Existe una cultura generalizada que trata de evitar el enfrentamiento con los hijos. Cada vez más padres piensan que ejercer su poder poniéndo normas y límites a sus hijos es sinónimo de perder cercanía con ellos. Temen más una supuesta reacción de «separación afectiva» de sus hijos que las bondades que aportan las normas. Y es más cómodo».
En uno de los textos de presentación del Congreso, la Fundación plantea una pregunta, que ahora le planteo yo: en los últimos años ¿se ha producido «una nada desinteresada perversión del concepto de autoridad»?
Sí. Para reconocer la autoridad es preciso que el hombre sea consciente de sus límites. En la sociedad posmoderna y globalizada de la que habla tantas veces el Papa Francisco, el hombre tiende a pensar que es su propio dios, y que nada y sobre todo nadie puede imponerle nada.
Reconocer autoridad en alguien es reconocer una relación vertical con él, es asumir una asimetría en la relación que no coincide con la visión horizontal, simétrica, «democrática», de las relaciones humanas políticamente correctas. Nos es difícil admitir que alguien puede tener autoridad con nosotros en algo, como reconocer que nosotros la podemos tener con los demás en otro tema. Este fenómeno se eleva a la máxima potencia cuando hablamos de aspectos morales o de comportamientos éticos.
Reconocer autoridad en alguien es reconocer una relación vertical con él, es asumir una asimetría en la relación que no coincide con la visión horizontal, simétrica, «democrática», de las relaciones humanas políticamente correctas. Nos es difícil admitir que alguien puede tener autoridad con nosotros en algo, como reconocer que nosotros la podemos tener con los demás en otro tema. Este fenómeno se eleva a la máxima potencia cuando hablamos de aspectos morales o de comportamientos éticos.
Supongo que cuando dice esto está pensando en personas y en casos concretos que conoce por su labor docente…
¡Naturalmente! Mire, tengo un amigo que cuando entra el primer día en su clase, en la universidad, monta un pequeño show. Sin decir nada se sube a la mesa y desde ahí, se presenta. «Buenos días, soy (nombre) y soy su “profe-sol” y ustedes son mis “a-luz-nos”, por eso en esta materia voy a tratar de iluminarles a ustedes para que dejen de estar en penumbra». Me parece una manera muy divertida de explicar que la relación entre los profesores y los alumnos, en lo que se refiere al conocimiento de esa asignatura, no es de igual a igual. El profesor sabe y los alumnos no. En todos nuestros centros, el tratamiento del alumno al profesor es de usted y de don. Una niña de Primaria, después del primer día, le explicaba a su madre que «en este colegio todos los profesores se llaman Don». Son pequeños detalles que transmiten mensajes educativos profundos y necesarios.
«Queremos que los que se toman en serio la educación de sus hijos, alumnos, etc., salgan con un criterio claro sobre este tema, y con pautas concretas para aplicarlas en su día a día educativo, ya sea en el aula, en casa, en la parroquia…»
Si la cuestión de la autoridad es tan delicada y levanta tantas ampollas, ¿a quienes han buscado para hablar de ella? ¿Cuál es el perfil de los ponentes y expertos que van a intervenir en el Congreso?
Como siempre, tratamos de abordar los temas que proponemos desde una óptica antropológica, filosófica y teológica con ponencias más académicas, que tienen como misión fundamentar otras ponencias más prácticas, que son las que realmente ayudan a la mayoría de las personas. Con esa línea de trabajo, hay ponentes de ambos perfiles: reflexiones más teóricas y académicas, y ponencias que darán claves educativas útiles y eficaces para el día a día de los asistentes.
Por último, ¿qué esperan del Congreso de este año?
Deseamos que ocurra lo mismo que hemos conseguido en los seis Congresos anteriores, a tenor de los resultados de las encuestas que hacemos cada año: que los que se toman en serio la educación de sus hijos, alumnos, etc., salgan con un criterio claro sobre el tema tratado, y con pautas concretas para aplicarlas en su día a día educativo, ya sea en el aula, en casa, en la parroquia… En definitiva, esperamos que los asistentes se vayan queriendo volver al próximo Congreso.
Más información y descuentos en la inscripción, hasta el 28 de febrero, en la página web del Congreso.
José Antonio Méndez
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