En mi semanal artículo de todos los lunes en San Fernando Información os lo cuento.
Jesús Rodríguez Arias
EL
VIEJO CEMENTERIO
No recuerdo donde estaba, solo
sé que era un cementerio muy antiguo.
El pueblo, que ahora no soy
capaz de situarlo geográficamente, era bonito, se veía que estaba habitado por
muy pocas personas. La Iglesia era antigua y el cementerio viejo.
No era muy grande, no había
nichos como estamos acostumbrados sino tumbas de granito o enterramientos en
tierra. Estos son los que más me impresionaron pues hacen ver a los que estamos
vivos eso de que al final en polvo nos convertiremos.
Todo el que me conoce sabe que
no soy mucho de ir a tanatorios y cementerios, pero cuando viajo y llevo una
vida algo itinerante ofrezco la penitencia de visitar cada camposanto de los
pueblos y lugares que recorra, así como rezar un Padrenuestro por las almas de los
difuntos. No hay bofetada de lo que es la realidad que visitarlos y comprobar cuál
va a ser el final físico de nuestros días.
El viejo cementerio del que os
hablo, que estaba resguardado con muros de piedra, con un portalón muy antiguo
de madera y una cruz arriba de esta, me llamó mucho la atención no tanto los
enterramientos en mausoleos sino la tumba cavada en tierra, con una cruz de
finales del siglo XIX o principios del XX, de hierro y sin ningún nombre que
detallara la persona que allí descansaba en paz.
Todas las demás tenían su ramo
de flores ya sea del tiempo como artificial pero la tumba sin nombre no lucía
más que una seca margarita sobre ella. Recé por todos y especialmente por quién
estuviera bajo tierra por los siglos de los siglos en el mayor de los
anonimatos.
La tumba sin nombre me hizo
reflexionar…
Cuando dejamos este mundo nos
entierran y rotulan nuestros nombres en la lápida para que sirva de recuerdo
permanente, para que nos recen nuestros seres queridos. Es una forma de no
pasar al olvido cuando en verdad casi todos lo estaremos pasado un tiempo
prudencial.
Me llegué a plantear esta
última cuestión que incluso he llegado a compartir esta reflexión con
Hetepheres. Me gustaría ser enterrado, cuando Dios decida que ya no hago nada
en esta vida, en una tumba sin nombre. El lugar, la verdad sea dicha no me
importa, pero puesto a elegir me gustaría un camposanto más bien pequeño y si
es en un pueblo olvidado pues mucho mejor.
No soy hombre de ir a
cementerios, salvo cuando llevo una vida errante por estos mundos de Dios, y
por eso sé que es mejor que te recuerden y recen por ti desde donde esté cada
uno que ir al camposanto a limpiar el polvo a la tumba mientras se renuevan las
florecillas, aunque respeto y admiro a quién lo haga.
Cuando pasen los años, incluso
las décadas, y ya nadie recuerde de mi existencia seguro que si visitan ese
viejo cementerio también entonan una oración por aquella tumba sin nombre como
yo hice, lo sigo haciendo, cuando visito pueblos que también tienen un vetusto
cementerio.
La vida hay que vivirla y
aprovecharla para amar, para hacer mucho por los demás, para dedicarse a servir
a todos sin excepción desde el ámbito de actuación que cada uno tenga asignado.
Desperdiciamos muchos días en vivir pensando únicamente en nosotros mismos, en
nuestras particulares apetencias, como si el prójimo no existiera o no nos
interesase. Después cuando uno cierra los ojos a este mundo ya no hay arreglo
pues lo hecho y lo dejado de realizar serán las credenciales que presentemos
ante Dios y que dirimirá si somos merecedores o no del descanso eterno.
Una bonita tumba, con los
nombres grabados con arte y esmero, de nada sirve porque al final, cuando la
pátina del tiempo repose también en nuestros quebrados huesos, nadie nos
recordará y si lo hacen es por herencia familiar.
Pienso que es mejor reposar en
una tumba sin nombre en un olvidado, perdido, y viejo cementerio…
Este próximo jueves es el día
de los difuntos y por eso te ruego reces por los fieles difuntos, los de tu familia,
los olvidados y las benditas almas del purgatorio. Es un acto de caridad que
siempre obtiene recompensa.
Jesús Rodríguez Arias