El artículo de este primer lunes del mes de marzo es mi particular homenaje a los viejos cofrades, a esos que han sido referentes, lo siguen siendo, en sus hermandades y cofradías.
No debemos olvidar que si nuestras cofradías son lo que son esto se debe a buenos y viejos cofrades que han dado sus vidas por las mismas. Su opinión vale su peso en oro.
Jesús Rodríguez Arias
VIEJO COFRADE
Lo puedes ver sentado en ese banco, casi siempre el mismo, en los cultos de su Hermandad. Es un lugar donde puede disfrutar de la solemne liturgia, pero alejado de los reservados porque cada cual, según las etapas de la vida, tiene que ocupar el sitio que en verdad le corresponde.
Viejo cofrade por los años que lleva en la cofradía que son los mismos que dice el carné de identidad. Recuerda que siendo niño ya corría entre la Iglesia y el vetusto almacén que era a su vez casa de hermandad. Abrió los ojos entre atributos, enseres, insignias, veneras, medallas, cirios, incensarios, varas o pértigas.
Su padre también era cofrade como lo fue su tío y también el abuelo paterno porque el materno murió pasada la guerra de unas malas fiebres. Su madre era una mujer piadosa que en casa cosía los capirotes y túnicas mil veces remendadas y mil veces parecían hasta nuevas el día santo que salían los Titulares a la calle.
Eran otros tiempos, se dice, pero benditos los que algún día vieron a sus mayores coser, remendar, bordar, túnicas, cortinas, sayas y hasta mantos que en días sacros se utilizaban en cada hermandad.
Con el pasar del tiempo fue colaborador hasta llegar a pertenecer a la Junta de Gobierno como vocal. Allí estaba para aprender y trabajar por la corporación nazarena de sus antepasados, por Dios, la Iglesia, así como por todos los hermanos sin excepción. Para él cada miembro de la cofradía era importante y si alguno se separaba por alguna que otra discrepancia hacía cuanto estuviera en su mano para hablar e integrarlo de nuevo pues todos los hermanos son necesarios y ninguno se puede perder por sentirse despreciado por los que manejan los trastos en un momento determinado. ¡Ay del orgullo malsano que tanto daño nos hace!
En sus largos años desarrollando funciones directivas tocó todos los palos en cuanto a cargos menos el de hermano mayor. Hace poco más de ocho años que dejó toda responsabilidad para dar paso a otros hermanos y sobre todo nuevas ideas.
En la Hermandad creció, se echó novia, se casó, tuvo a sus tres hijos, que a su vez crecieron, emparejaron, casaron y le hicieron abuelo. Su bendita mujer, sus hijos y nietos son también hermanos que vivieron otra forma de sentir esta forma de hacer apostolado porque han tenido como el mejor ejemplo las enseñanzas, el pundonor, esa forma de servir sin querer ser servido, de este viejo y añejo cofrade que aun no estando en primera línea de batalla enseña a todos con su impecable ejemplo toda vez que el lema de su vida siempre ha sido: Ora et labora.
Nunca le gustaron los estériles protagonismos, ha sido un currante que ha intentado asumir la misión encomendada desde el trabajo y la oración. No es de fotografías en primeros puestos, ni de aparecer en la radio, televisión o en cualquier medio escrito. Lo suyo ha sido más servir que ser servido, ha intentado ser un penitente cada día de sus días, al que solo se le vieran los ojos, como cuando se reviste con la túnica, porque en ellos no hay doblez ni mentira posible.
Es un cofrade conocido y reconocido que intenta permanecer en esa clase de anonimato donde se puede hacer más que estando cara a los focos. Por eso no entiende como muchos integren los cargos directivos de nuestras hermandades y cofradías para ser alguien o incluso para aprovecharse de esta honorable condición para dar el salto a la política. Cuando se enterarán estos que no se puede servir desde la coherencia de fe a Dios y al césar.
Él sigue sentado en su banco de siempre al ladito de su mujer y cerca de varios antiguos hermanos, siempre los mismos. Ya se ve y siente mayor, las fuerzas y las piernas no le responden como antaño. Ahora es más de permanecer en el sagrario o en la capilla de sus Titulares mientras reza, pasear con sus nietos o sentarse a tomar un café mirando el mar.
La edad es la edad, pero sabe por experiencia que ser cofrade es tener siempre un corazón niño.
Jesús Rodríguez Arias
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