Cuando me informaron que Monseñor D. Juan del Río estaba confinado porque estaba contagiado por Covid nunca me pude imaginar que le sucedería su ingreso en el hospital Gómez Ulla y su fatal desenlace...
Desde el día de su fallecimiento han sido muchos los testimonios, algunos de personas muy conocidas y otras totalmente anónimas, las que lo han recordado como uno de los grandes obispos de España. Sembró mucho en vida y ahora recoge la cosecha aquí en la tierra cuando ya se encuentra junto a Dios que ha sido el Amor de sus amores.
Hoy mi semanal tribuna de todos los lunes se la dedico a Don Juan y está escrito desde un prisma muy personal dado el cariño y la amistad que nos profesábamos.
En las próximas semanas tendré que escribir de nuestros añorados Pepe Macías y Luis Zaragoza.
Jesús Rodríguez Arias
DON
JUAN
Mi tribuna va dedicada a un
querido amigo que siempre nos regaló su cariño desde que lo conociéramos cuando
ejercía sus labores apostólicas en la diócesis de Asidonia-Jerez. Me estoy
refiriendo a Monseñor D. Juan del Río Martín, Arzobispo Castrense de España,
que fallecía el pasado jueves 28 de enero, día de Santo Tomás de Aquino, en el
Hospital Central de la Defensa “Gómez Ulla” de Madrid víctima del Coronavirus.
Se ha escrito mucho, se
seguirá haciendo, de él aunque me vais a permitir que yo lo haga desde un
aspecto más personal, más de tú a tú.
Tuvimos ocasión de conocerlo
tanto Hetepheres como yo por medio de un carisma al que pertenecíamos. Los
encuentros formales fueron cimentando la base de una cariñosa amistad donde
conversábamos de mil temas sin luz ni taquígrafos. Don Juan nos ayudó en
nuestro camino de Fe, nos mostró, desde la experiencia personal, a no tener
miedo a nada ni nadie por vivir según los dictados de Dios.
Era obispo en las formas y en
el fondo, un sacerdote que amaba a Dios y al prójimo, un servidor auténtico en
el sentido más augusto del término, un patriota de los de verdad que lo
demostraba cada día en el ejercicio de su ministerio como Arzobispo Castrense
de España. Un hombre lleno de humanidad con profundos valores que estuvo
siempre al lado de los demás. Una persona que encarnaba el Bien tal y como me
lo refirió un día mi admirado amigo D. Jesús Narciso Núñez Calvo, Coronel Jefe
de la Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz.
Nuestra amistad se consolidó
con los años a pesar de la distancia. Recuerdo una vez que me lo encontré en el
tren que nos llevaba a Madrid. Eran esos tiempos en los que uno viajaba,
impartía alguna que otra ponencia o asistía a congresos y también aprovechaba
para realizarse las temibles pruebas digestivas. Nos saludamos con un abrazo,
conversamos, le dije a lo que iba, se ofreció para alojarme en las dependencias
del arzobispado porque no quería que estuviera en un hotel con unas pruebas diagnósticas
tan agresivas. Me hizo saber que me tenía muy presente y que siempre leía mi
artículo en Información San Fernando. Ese cariño que nos profesábamos se
visualizó una vez más en la presentación del libro historia de la Iglesia
Vaticana y Castrense de San Francisco en su 250 aniversario cuyo autor es mi
admirado Fernando Mósig. D. Juan estaba junto al Padre Gonzalo saludando a todos
mientras yo conversaba en una esquina con mi querido Daniel González Novella.
De pronto levanta la cabeza y dice en voz alta: ¿Y tú, ni siquiera me vas a
saludar? Nos miramos con sonrisa cómplice y cuando iba a realizar el
protocolario gesto reverencial me espetó: “¡Déjate de anillos!” mientras nos dábamos
un hondo y sentido abrazo. De todo cuanto escribo puede dar cuenta mi hermano
D. Manuel Bouza Montilla, mi querido Cheri, el cual también tuvo una relación
muy cercana con él.
Tuvo unan gran influencia
espiritual con el Padre Sergio Moreno, Párroco de Villaluenga del Rosario, también
buen amigo. Don Juan quiso mucho a este pequeño gran Pueblo y aquí su muerte ha
sido muy sentida.
Don Juan visitaba con
asiduidad a las ancianas de la Residencia de las Hermanitas de los Pobres en
Jerez. Hay una anécdota que siempre me la refiere Hetepheres: Ella junto a su
madre Conchita eran allí voluntarias. Un día que estaban en sus cometidos una
de ellas, que tenía alzheimer, se fue deslizando hacia el suelo hasta quedar
sentada en el mismo. Hetepheres no tenía fuerzas para levantarla por sí sola y
entonces sintió la presencia de un hombre detrás suya y le pidió que por favor
la ayudara a levantarla. Vio dos manos y un traje talar. Era Don Juan del Río
el que estaba levantando a la abuelita y a la que dio de comer mientras mi
mujer se ocupaba de asistir a otras.
Monseñor D. Juan del Río fue
pieza clave en la cesión por parte del Ayuntamiento del azulejo del Sagrado
Corazón que luce impresionante en la fachada lateral de la Iglesia Vaticana y
Castrense de San Francisco de Asís.
Sí, se nos ha ido a la Casa
del Padre un magnífico Prelado pero sobre todo un querido amigo que
recordaremos siempre.
Jesús Rodríguez Arias
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