PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN
DOMINGO 23 DE OCTUBRE 2011
Sí, ¿Qué nos está
pasando? Es una pregunta que me hago constantemente cuando veo el devenir
diario de los que nos rodea.
En un mundo es el que
está todo globalizado, en el que la economía va a peor, los desastres de la
crisis que estamos padeciendo se hacen cada vez más palpable con tanta pobreza
y necesidad en todos los sentidos. ¿Y por qué digo eso de “todos los sentidos”?
Porque no solo nos acucian la pobreza material, sino la que es más grave porque
nos lleva directamente a la total desesperanza: LA ESPIRITUAL. Cuando estamos
vacíos en lo espiritual, que es nuestro depósito de gasolina, no tenemos ganas
de luchar, no tenemos, no podemos, seguir adelante y todo, todo se hace cada
vez más difícil. Nosotros somos los que abandonamos a Dios porque Dios, como
buen Padre, nunca nos abandona a nosotros y esa es la gran diferencia. Estamos
en una Sociedad que todo invita al abandono de Dios, de nuestras creencias, de
nuestra fe, para hacer que nuestra vida sea más placentera, más fácil, pero nos
equivocamos porque cuando lo abandonamos a Él, estamos abandonándonos a
nosotros mismos y dejándonos en medio de la ruindad, de la más absoluta pobreza
que no es precisamente la material, la económica. De la pobreza económica, con
esfuerzos, se acaba saliendo y también poniendo un poco de nuestra parte,
queriéndolo, de la pobreza de espíritu se acaba saliendo porque el Padre está
deseando abrazar a todos nosotros: Sus hijos pródigos.
Sabiendo que Dios Padre
nos quiere a rabiar, que somos continuamente perdonados y viviendo en su
Misericordia continua una vida de esplendor. ¿Qué nos está pasando? Porque, o
vamos por caminos diferentes o no lo entiendo. Nosotros, nuestras realidades
eclesiales, en muchos casos cogemos senderos dispares que difícilmente llegan
al Camino de la Plenitud. Muchas veces nos enfrentamos unos a otros, sin
sentido alguno, por coger las “riendas” de nuestras instituciones como si no
fuéramos hermanos, haciendo campañas “electorales” nauseabundas impropias de
nosotros mismos como hijos de Dios, que es toda Misericordia, apuñalando al que
está al lado para estar nosotros siempre bien situados, por la proyección
social que puede tener el dirigir determinada Asociación de la Iglesia y siendo
siempre políticamente correctos, aunque esa corrección nos lleve a desdecirnos
de nuestros predicamentos más insondables. Eso de amar a todos, de ayudar al
prójimo, de tratar a todos como hermanos, ¿En que parte del camino quedó? ¡Qué
pronto nos hemos olvidados los que nos dejó dicho Jesucristo!
Y cuando esto pasa, que
está pasando, cuando nos encontramos a nosotros mismos en la más absoluta
tristeza y oscuridad porque estamos abandonando el camino del amor que es, en
definitiva, el camino que nos lleva a ser felices. Entonces, cuando todo lo que
nos rodea nos ahoga porque el horizonte es tan pequeño y tan amargo entra en
juego el papel del Sacerdote como Director Espiritual o Consiliario que juega
un importante y determinante papel en nuestra vida como verdaderos cristianos.
De la voluntad de ambos está el éxito o el fracaso, y ambos aspectos no son
para tomarlos a broma. Aquí el éxito es llegar a la salvación y el fracaso a la
perdición. Estamos hablando de lo más sagrado e importante que tiene el hombre,
que tiene el cristiano: La salvación de su alma.
Todo lo que he
desarrollado en este artículo se puede aplicar a todos los cristianos de base,
a todos los movimientos y realidades eclesiales.
Que cada uno se aplique
el cuento, como también yo lo hago, y que actuemos en consecuencia como católicos
coherentes.
La empresa que tenemos
en nuestras manos es lo suficientemente importante para “irnos por las ramas”,
nuestra salvación y la de los que nos rodean están en juego. Nosotros tenemos
la palabra.
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