Las palas, cual brazos mecánicos, destrozaban un lugar tan idílico como La Casería. Intentaba observar desde la distancia con estupor esta acción perpetrada con más inri el día de los enamorados.
Entonces cerré los ojos y mi mente escapó al San Fernando de siempre, a La Isla de cuando era chiquillo...
Y de eso precisamente va mi semanal tribuna de todos los lunes en Andalucía Información - Información San Fernando.
Jesús Rodríguez Arias
CUANDO ERA CHIQUILLO
Contemplaba con profundo pesar como las casetas de pescadores de La Casería eran derribadas cuando mi mente se alejó de ese lugar tan idílico hasta ahora para recorrer esos senderos que nos devuelven a la niñez y primera juventud.
Cuando era un chiquillo mi mundo se circunscribía a los límites geográficos de las Callejuelas donde disfrutaba jugando con mis amigos de entonces, observaba el trajín de los ultramarinos que lo mismo vendían mortadela, pan, lejía o papel higiénico… Me deleitaba disfrutar de los mayores que en verano se sentaban en las puertas de sus casas o saboreaba con el olfato esos pucheros buenos cuyo aroma salía por la ventana…
Aprendí a andar en el Convento del Carmen ya que mi familia era muy de la Patrona de San Fernando y gustaba de ayudar en lo que podía a la comunidad de frailes carmelitas. Soy carmelitano de pila y por aquél entonces aparte de con agua también lo hacían con la sal de La Isla. Nos ponían una pizquita en los labios y ya eras, también ante Dios, cañaílla hasta más allá de la muerte.
Los niños del Carmen de por aquél entonces teníamos como “enemigos” irreconciliables a los de Comedias y el sobrepasar la frontera entre uno y otro barrio podía ser un acto de heroicidad. Eran rencillas momentáneas porque después éramos buenos amigos.
Soy un niño del Carmen cuyo gran amigo, verdadero hermano, lo es de Comedias. Sí, os estoy hablando de D. Manuel Bouza Montilla, Cheri para familia e íntimos, al cual fiaría mi propia vida sabiendo que estaría a buen recaudo. También lo es mi hermana en la fe, Gema Rodríguez Estévez, niña de la Plaza, aunque el Mercado nos cogiera algo lejos.
Ahora, cuando navego en la madurez de la vida, echo mucho de menos esos años que no volverán como esa Isla tampoco lo hará ya que la sociedad en sí ha cambiado, la ciudad también porque no es ni por asomo el San Fernando de mi infancia y juventud. Una localidad con aires capitalinos, con una gran categoría social, que mantenía su nivel de riqueza y progreso gracias a la Armada, Infantería de Marina y el Ejército en Camposoto. Ciudad militar que vivía precisamente de estos con una Bazán floreciente, la Carraca a pleno pulmón, así como la Constructora. Un San Fernando que ha ido desapareciendo con el paso de los años cuyo declive continuó cuando algunas mentes “pensantes” creyeron que sin los militares esta ciudad sería más y la realidad es que ha sido mucho menos.
La Alameda no es ni por asomo lo que fue, la Calle Real peatonalizada, de la Plaza del Rey para qué hablar, la de la Iglesia más de lo mismo y hasta el Castillo de San Romualdo no se parece en nada al de antaño, aunque por entonces estuviera en manos privadas.
Hasta la Semana Santa ha cambiado, en mucho ha progresado bien pero también se ha eliminado algunos elementos que nos eran propios y nos diferenciaban del resto. Existía un respeto, un silencio, una marcialidad, que nos distinguía de otras localidades. Las Hermandades y Cofradías de entonces estaban conformadas por cofrades que se dejaban la vida en este apostolado y que rehuían de toda influencia política e incluso institucional.
Cuando fui un poco más mayor me gustaba perderme paseando por Caño Herrera, por Puente Hierro, San Carlos o La Casería. Allí perdía la mirada en la mar y en esas pintorescas y originales casetas, así como la Cantina del Titi – El Bartolo. Estas edificaciones daban un color, un sabor especial, a una coquetona playita y al mar que las orillaba. Hoy, como la Isla de mis ayeres, eso tampoco existe y me produce inmensa tristeza porque más allá de cuestiones legales o políticas lo que se ha conseguido es zaherir los más puros sentimientos de los isleños, cañaíllas, algunos bautizados con agua y sal.
Cuando era chiquillo creía que La Isla era mi mundo y ahora que cada vez peino más canas sé que San Fernando es parte indispensable de mi vida por más lejos que pueda estar.
Por eso me he erigido en defensor de algo tan romántico como es La Isla de siempre. Esa que no volverá por mucho que queramos.
Jesús Rodríguez Arias