Gracias a la Iglesia, salieron adelante
Una familia de inmigrantes rumanos que malvivía en un colchón y ahora tiene casa y trabajo; Emilia, que gracias a Cáritas consiguió la dación en pago y que no embargaran a su hermana; Nayib, que ahora ayuda a otros inmigrantes recién llegados a Canarias; o Ramón, que después de 10 años consiguió empleo. He aquí sus historias de esperanza:
La familia rumana, los días que vivieron
en casa de Ramón
En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos. Esta frase, utilizada por Benedicto XVI para iniciar y dar nombre a su encíclica Spe salvi,también resume la historia de salvación de una familia procedente de Rumanía, que malvivía en un colchón, en la calle, en el pueblo pacense de Almendralejo. Cuenta doña Margarita Cabrer, voluntaria provida de Badajoz, que los conoció cuando acudían a un centro abortivo para deshacerse de su segundo hijo. «Nos contaron que les parecía una locura abortar, pero también les parecía una locura que la Junta de Extremadura se llevase a su hijo de 3 años porque no le podían atender», explica.
Cuando doña Margarita y algunos compañeros les contaron que había esperanza, que existían alternativas al aborto, que les iban a ayudar, «se les abrió el cielo. Nos dijeron: Nos fiamos. Y sentí que, en ese momento, se abandonaron por completo», afirma la señora Cabrer. «Al llegar a casa, contamos el caso por e-mail y en las redes sociales, y pedimos ayuda a nuestros amigos y vecinos». Cuando Margarita volvió a abrir el correo electrónico, se encontró con un e-mail de Ramón, un vecino de Badajoz, que ofrecía su casa para que esta familia tuviese un techo. «Con él vivieron durante un mes totalmente gratis, y compartió con ellos todo: comida, a su propia familia… Dios existe, no puedo decir otra cosa», exclama doña Margarita; «la historia ha corrido de boca en boca, y hasta una señora de Madrid me llamó y me pidió mi número de cuenta para ingresar 100 euros para esta familia. También un chico de Badajoz, que vino a mi casa y me dio 20 euros..., son sólo dos ejemplos, entre otros muchos, de particulares que están aportando su granito de arena para mantener esta familia a flote».
Ahora, llevan 15 días viviendo en un piso de alquiler que les cuesta 280 euros, y el padre comenzará a trabajar el día 1 de diciembre en un puesto proporcionado por el centro de orientación laboral de Cáritas. El Banco de Alimentos les está ayudando con la comida. Y hasta su hijo, de 3 años, va a ir al colegio. «Las personas somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor. Nadie conocía a esta familia… y se han volcado con ellos. Siempre hay esperanza», concluye la señora Cabrer.
Miedo a perder la vivienda
Los desahucios son otra de las grandes preocupaciones de la sociedad, y, por tanto, de la Iglesia católica. Lo han declarado públicamente varios obispos y lo ratificó el cardenal Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, en su discurso inaugural de la última Asamblea Plenaria. En él, recordó la Declaración de la Comisión Permanente Ante la crisis, solidaridad, publicada el pasado 3 de octubre -en la que se señalan los aspectos más acuciantes y dolorosos en los que se manifiesta la crisis-: «Que se busquen con urgencia soluciones que permitan a las familias desahuciadas -igual que se ha hecho con otras instituciones sociales- hacer frente a sus deudas sin tener que verse en la calle», pidió.
Cuando todavía los desahucios no estaban en boca de todos, las Cáritas diocesanas ya pagaban hipotecas y facturas a los usuarios que llegaban con el agua al cuello. Un ejemplo claro es el del Servicio de Mediación a la Vivienda de Cáritas Barcelona, que desde septiembre del año pasado ha mediado en 645 casos de familias que no podían pagar su hipoteca o su alquiler, y ha conseguido resolver favorablemente un 42% de los casos -unos 270-.
Negociando con entidades bancarias o con los caseros, los casos se han resuelto, «ya sea consiguiendo la dación en pago, un alquiler social o buscando una vivienda alternativa, muchas veces proporcionada por la propia Cáritas», ha señalado la directora de este servicio, la ex Secretaria de Vivienda de la Generalidad de Cataluña, doña Carmen Trilla. Una veintena de veces se ha resuelto gracias a conseguir la dación en pago, como en el caso de Emilia, una mujer portuguesa, separada y con dos hijos, que recibió la notificación de desahucio inminente y se puso en contacto con Cáritas. «Ha sido un milagro muy grande lo que he vivido», afirma, emocionada. Y es que Emilia, que tenía pánico a ir sola al banco para negociar, «porque no quería que me engañasen», sufría por dos razones muy concretas: «Por mis hijos, y por mi hermana, que era mi aval, y si yo no podía pagar la embargaban a ella, y la iba a destrozar la vida».
«Ha sido una lucha constante, pero, cuando quieres algo, tienes que perseguirlo», afirma. «Yo sabía que Dios me iba a ayudar. Y lo ha hecho a través de Joana -una trabajadora del Servicio de Mediación a la Vivienda de Cáritas Barcelona-, que ha estado acompañándome siempre en este proceso, y me ayudaba a estar tranquila». No fue fácil la negociación con la entidad bancaria: «Ha sido llamar cada día, con los papeles de un lado para otro, la incertidumbre…, pero Joana ha persistido y, finalmente, lo hemos conseguido», destaca.
Ahora, Emilia y sus hijos viven, tranquilos, en una casa de alquiler: «Tenemos que tener esperanza, porque es lo único que nos queda en esta vida», reconoce. «Veo las noticias, y veo gente tan triste, que se quiere quitar la vida… Yo he llorado mucho, he tenido miedo y no he encontrado sentido a nada. Pero, por más que te ahoguen las deudas o los problemas, hay que mirar hacia arriba, lo primero, y a tu alrededor, lo segundo -a mis hijos, ellos me daban mil fuerzas-; y, con esperanza y ganas de luchar, se sale», concluye.
Atención a los inmigrantes
La pobreza se está instalando en los hogares
de los parados de larga duración. Las familias,
que antes amortiguaban la crisis, están al límite
La Declaración Ante la crisis, solidaridad también pide, concretamente, «que los costes de la crisis no recaigan sobre los más débiles, con especial atención a los inmigrantes», como recordó el cardenal Antonio María Rouco Varela en el discurso de apertura de la reciente Asamblea Plenaria. Débiles lo fueron siempre, aunque ahora se acentúe más a causa de esta crisis. Pero hace una década llegaban pateras a diario a las costas canarias, con centenares de africanos sin nombre y sin patria. La Iglesia diocesana asumió la, por entonces, nueva situación, y se puso manos a la obra.
Una de las personas beneficiadas fue Nayib, un inmigrante del norte de África que llegó a Tenerife hace 14 años, «en una época fatal. Los inmigrantes siempre hemos vivido en crisis en España. Cuando yo llegué, dormíamos en la calle, no existían papeles de arraigo, como ahora, o de residencia..., no había ninguna legislación para nosotros». Nayib consiguió plaza durante seis meses en un albergue municipal, y luego, de nuevo a la calle. «Hasta que me encontré con Cáritas Tenerife y sentí que tenía una familia», recuerda; «yo sabía lo que significaba emigrar, pero eso no significa que no llegue la nostalgia, porque te sientes muy solo». Con ellos, Nayib tuvo una oportunidad: «Me dieron una plaza en la Casa de Acogida Ben, que Cáritas puso en marcha al ver la avalancha de inmigrantes que llegaban hasta las islas. Pero lo más importante no era la cama y la ducha, lo que fue fundamental para mí era su preocupación. Muchos días me levantaba y me pasaba las horas callado. Rápido venían a preguntarme qué me pasaba».
Nayib consiguió empleo en la isla, y, por consiguiente, la legalidad. Pero no quiso marcharse de la casa de acogida del todo: «Me quedé como voluntario, porque el valor que tiene ese lugar es incalculable». Fue tal su entrega, que, desde hace ocho años, es uno de los trabajadores contratados de la Casa de Acogida Ben. «Me gusta mucho mi trabajo, porque doy gratis todo lo que recibí gratis». Y concluye: «Hay que tener esperanza siempre. Se lo repito constantemente a los niños, menores de edad, que llegan hoy hasta nuestra casa y que sufren las consecuencias de la crisis, porque no hay forma de encontrar empleo para ellos. Que no pierdan nunca la esperanza ni la fe, porque Dios es grande, Dios es muy grande».
Cuando falta el trabajo
Cáritas frenaba desahucios mucho antes
de que estuvieran en boca de todos
La pobreza se está instalando, de forma crónica, en los hogares de los parados de larga duración. Los subsidios se acaban, y las familias, que durante los primeros años de la crisis habían ejercido un papel amortiguador, actualmente se encuentran al límite de sus posibilidades, según se desprende de un reciente estudio de la Obra Social La Caixa. Un panorama desolador, pero que, a veces, tiene un final feliz.
Como el de quien pasó 10 años sin encontrar un puesto de trabajo. «Sientes que te vuelves loco», recuerda este hombre salmantino, que acabó «con una gran adicción a las drogas, que me metió en un círculo de destrucción y me alejó de mi familia». Y reconoce: «Hay que tener fuerza de voluntad, ganas de luchar por uno mismo y por los que te rodean». Él la tuvo. Se puso en contacto con Cáritas y, «durante dos años, luché por desintoxicarme en su Centro de Día». Lo consiguió. «Cuando acabé el programa, me derivaron al proyecto de empleo y, allí, me orientaron para conseguir trabajo: aprendí a hacer currículos, preparar entrevistas... y me formaron como jardinero».
«Hoy ya veo la luz», admite. Ahora trabaja como jardinero en una empresa de inserción de Cáritas, y sabe que su vida «ha cambiado a mejor», aunque no ha sido un camino de rosas: «Ha sido duro, pero mi conclusión es que hay mucha gente dispuesta a ayudar a otros, y si te abandonas en ellos, si dejas a un lado el orgullo y pueden, de verdad, acompañarte, se sale adelante».
C.S.