Me ha divertido mucho la brillante columna de Iñaki Zaragüeta «El enigma de Bardem y Penélope». Eso, que ahítos de tanto parchear y tanto pito por la proletaria California, han optado por un mayor sacrificio y se han instalado en Londres, en un humilde apartamento ubicado a pocos metros del hogar de los duques de Cambridge. Tiene que resultar terrible para un comunista coincidir en la plaza de Belgravia con Kate Middleton, y lo que es peor, con el Príncipe Guillermo, al que no termino de encajar entre las masas que entonan, con el puño en alto, la postmoderna canción titulada «La Internacional», que habla de los pobres del mundo y las famélicas legiones. Iñaki, que ha escrito el artículo medianamente emocionado, recurre a Pablo Neruda, el gran poeta comunista chileno, que tan bellamente disfrazó de estética la militancia en la podedumbre. «Algún día, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo. Ésa, solo ésa, puede ser la más feliz o más amarga de tus horas». Mi deseo es que Bardem y Cruz, cuando se encuentren a sí mismos, vivan la más feliz de sus horas, en una sociedad libre y próspera, respetuosa con las ideas de todos y abierta a la coherencia. Es probable que los Bardem hayan iniciado el camino hacia la búsqueda, hacia el encuentro definitivo con la decente consecuencia vital, tan caprichosa y traviesa en sus actitudes hasta el momento. Para mí, que el comunismo no es otra cosa, hoy por hoy, que la demanda de la búsqueda de algo que pueda justificar el sentido común o el sentido del respeto intelectual. Cuando el muro fue derribado por los jóvenes alemanes que buscaban la libertad, impulsados por la fuerza de Juan Pablo II, el poder de Ronald Reagan y el resignado pragmatismo de Gorbachov, los comunistas principiaron a buscar en todas las esquinas y ripios del muro derribado, una razón de ser que aún no han encontrado. Los Bardem, casi logran ese encuentro en la proletaria California, y ahora en Londres, la sencilla y afanosa Capital del viejo Imperio, es posible que culminen su búsqueda deseada.
Como la del dirigente comunista Cayo Lara, el gran pelmazo soviético de Argamasilla de Alba, que tiene más cosas que encontrar y le da pereza. En el diario «El Mundo» , Esther Esteban le formula la siguiente pregunta: «¿Por qué no le llama Rey a Don Juan Carlos?». Y el soviético de Argamasilla responde con contudente sabiduría. «Porque no es Rey». Esa primera búsqueda pendiente de Cayo Lara es de fácil solución. Que lea la Constitución, y si le parece un rollo, que llame al Palacio de La Zarzuela y pregunte por el Rey. Si oye una voz que le ruega la atención de la espera, y al poco tiempo otra que dice, «Buenos días, soy el Rey», su primer problema se habrá superado y podrá conciliar el sueño esa noche sin tener que preguntarse si Don Juan Carlos es Rey o no es Rey. Interesantísimo debate interno el que libra en su privilegiada inteligencia de plan quinquenal y administración de koljós el dirigente manchego.
Que lo tiene menos fácil que los Bardem, y me refiero, claro está, a la búsqueda vaticinada por Pablo Neruda. Los Bardem, como tantos comunistas de pega y chirigota, ya han encontrado su sitio. Llevan mucho tiempo en su sitio, inmediato al lujo y al poder del dinero que el capitalismo ampara. Y están ahí –no voy a negarlo–, porque se lo han ganado honradamente, trabajando con profesionalidad y acierto. El problema de Bardem es que no quiere salir del armario carmesí porque se considera un traidor a su casta. El día que abandone el mueble, se sentirá feliz con su sitio encontrado. Más difícil lo tiene Cayo Lara, que está buscando un sitio que ya no existe. Para hallarlo tendría que retroceder a principios del siglo XX. Y aún así, sería extremadamente infeliz. Los suyos lo encerrarían en un campo de concentración, por inútil.
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