El tránsito de un mes a otro es motivo para hacernos pensar porque entre ambos hay mucho que termina y también comienza de nuevo.
Estos días son emocionalmente intensos porque se agolpan en la retina de la memoria muchas vivencias que se han vuelto recuerdos.
Jesús Rodríguez Arias
MIS QUEBRADOS HUESOS
Bien sabe Dios que todo lo que tenga que ver con la muerte me pone la carne de gallina. Dice un querido amigo que soy muy flamenco para estas cosas. Pienso que esta forma de ser es heredada de mi madre María del Carmen porque, que yo recuerde, era incluso más exagerada todavía con todo lo que comprende el final de la vida.
He de confesaros que no soy muy de velatorio, tanatorio, por supuesto nunca miro a un difunto, no lo he hecho ni con mi madre, la cual me hizo prometer que ni lo intentaría, amén de mantener su féretro cerrado cuando estirara la pata, expresión literal, y por supuesto nada de poner su edad en la esquela. ¡Buena era! Lo que sí voy cuando puedo es a la Misa córpore insepulto, al funeral si estoy en condiciones y en muy raras ocasiones al cementerio pues soy de los que hace suya la famosa frase: “Ya iré cuando me lleven”.
Todos los que me conocen saben de mi aversión a lo relacionado con la muerte y no se molestan para nada que solamente vaya a las capillas ardientes más estrictamente necesarias. Lo cual no quiere decir que si la persona fallecida la quiero de corazón la vele a mí manera ya sea rezando, recordando o escribiendo.
El final de la vida no debe suponer el principio del olvido sino todo lo contrario. El dolor de la ausencia es innegable pero el ser que se ha marchado al encuentro de Dios se queda con nosotros para siempre en el recuerdo. Cada vez que nos acordamos estamos reviviendo su memoria y sigue estando presente en nuestro día a día. Rezar por su eterno descanso es bueno para ellos y también para nosotros nunca lo olvidemos.
El viaje que hicimos durante todo el mes de septiembre por Cantabria me ha sido de ayuda en muchos de los sentidos. También el de enfrentarme a la normalidad de la muerte ya que anexa a cada Iglesia de los pueblos que visitábamos nos encontrábamos con el cementerio. Al principio rehuía la mirada, pero pensé que no, que ofrecería mi particular penitencia de ir a visitar cada cementerio de los lugares que íbamos conociendo para rezar por las almas de todos los allí enterrados. Y así lo hice.
Cuando llegábamos a un pueblo o un lugar donde no vivieran muchas personas íbamos a visitar la Iglesia y la mirada se me iba hacia esos lugares donde la paz se une con el dolor no exento de Esperanza. Algunos de los cementerios eran muy antiguos, con cruces decimonónicas, enterramientos en tierra, en otros lugares se veían tumbas y mausoleos, en muy pocas hileras de nichos ya que eso es normal en localidades más grandes y pobladas. La mayoría de los camposantos estaban muy bien cuidados, aunque nos encontramos con uno, en unos de los pueblos que circunda al embalse del Ebro, que había construido un cementerio más amplio, pero mantenía el antiguo que estaba anexo al templo y que las hierbas tapaban cruces y vetustas lápidas. En todos ellos recé por el eterno descanso de los difuntos en general y los allí enterrados en particular.
Admiro, porque a mí me supera, profundamente quienes cuidan de las sepulturas de sus seres queridos ya sea en metrópolis, ya sea en nuestra bendita Isla del alma, en Villaluenga del Rosario, ya sea en Loma Somera, Otero del Monte o Navamuel pues lo que hacen es honrar la memoria de sus seres más queridos por medio de la silenciosa oración mientras limpian la lápida y ponen flores para que en el lugar donde descansan lo que físicamente han sido luzca bonito todo el año.
Pienso que cuando pasemos por la vera de un cementerio en algún medio de transporte recemos por los difuntos que allí descansan en paz, si caminas párate en la puerta, no te va a pasar nada por eso, y ofrece tu oración.
Cuando cierre los ojos a este mundo y mi alma inmortal esté donde Dios quiera me gustaría que alguien cuando ya no sea ni un solo recuerdo, se pare a la puerta del camposanto y rece un Padre Nuestro por los difuntos que allí habitan y también por mis quebrados huesos…
Jesús Rodríguez Arias