Hoy,
precisamente, cierro los ojos y me veo en mi particular atalaya donde admiro
sosegadamente las inexplicables tonalidades de color que puede adquirir una
simple nube o como el sol alarga su ocaso perdiéndose tras el Caíllo.
Hoy,
precisamente hoy, quisiera estar en mi bendito pueblo donde la paz, la
felicidad y el sentirse en casa con calor de hogar ha llegado a cautivarme
hasta entregar mis más nobles sentimientos a tan extraordinario lugar.
Hoy que me
hallo tan lejos en la distancia y tan cerca en el corazón de Villaluenga del
Rosario, donde los temores vuelven a rondar la memoria, donde la paz y el
sosiego hace un paréntesis en mi vida, hoy quiero dedicarle estas letras
salidas del alma.
Me he
acostumbrado a lo mejor que es vivir en y para Villaluenga. Los sentidos los
tengo más que perdidos cuando recuerdo a este pueblo que en realidad es “una
casita en medio de la montaña” donde cuento las horas que tiene el día y los
días que le restan a la semana para volver a volver a mi bendita tierra.
La negritud
del cercano cielo en la noche allí se transforma en belleza si sabes mirar bien
y no te dejas sorprender por la oscuridad. Noche profunda donde siempre hay una
estrella que tintinea o ese lucerillo del alba siempre equidistante, siempre
ofreciendo avisos a los que vienen y van que están a punto de pasar por un
lugar único en el mundo: ¡Villaluenga del Rosario!
Sí, en
miradas perdidas en la inmensidad de la noche payoya pienso que ese lucero es
como un faro en medio de la costa.
Y para
recalcar lo asombroso de la belleza más sublime detener la vista donde el
firmamento y su horizonte es rasgado por la majestuosa montaña donde con solo
volver la cabeza te encuentras, casi de sopetón, con el eterno Caíllo que a
estas horas ya acuna y abraza a nuestro precioso pueblo: ¡Su eterna enamorada!
614
kilómetros son los que me separan de estar en estos momentos en Villaluenga del
Rosario. 614 motivos para echarla de menos.
614 motivos
para echarte de menos,
614 razones
para decirte te quiero,
614
kilómetros que se hacen eternos,
614
recuerdos en mi pensamiento.
614
kilómetros no será distancia,
614 caminos
para al fin llegar,
614 sentidos
para tener esperanza,
614 latidos
para siempre amar.
Sí, 614
kilómetros es lo que me distancia de Villaluenga del Rosario pues a estas horas
de la noche tanto Hetepheres como yo nos encontramos en la Capital de España
donde mañana volveré a pisar la clínica donde me salvaron y que en periodos de
tiempo calculados vengo para terminar de sanar. Volveremos al sur del sur el
próximo domingo si Dios no dispone otra cosa.
Esperanza en
que todo vaya bien, esperanza para caminar, esperanza en volver y también para
estar.
¡Esperanza
es volver!
Esperanza es
Amar,
Esperanza es
conocer,
Esperanza es
entregar.
Esperanza es
vivir,
Esperanza es
mirar,
Esperanza es
sentir,
Esperanza es
llegar.
Y es un
hombre como Mateos Venegas el que me ha hecho reflexionar tanto sobre el
sentido de la Esperanza que ahora esta es parte inexcusable de mi propia
existencia.
614
kilómetros es la distancia que existe entre Madrid, con sus luces, su caos, su
vida, su trepidante día a día, su multitud de ofertas en todos los sentidos y
tanta soledad de mi pequeño pueblo de Villaluenga del Rosario que es
infinitamente menor en tamaño y en número de habitantes aunque inmensamente
grande en todos los sentidos.
En mi pueblo
no habrá cines pero tenemos la mejor pantalla que es el mismo cielo. En mi
pueblo no habrá grandes superficies llenas de numerosas ofertas pero tenemos de
todo lo que en verdad hace falta. En mi pueblo no hay rascacielos hechos por el
hombre porque tenemos al Caíllo que roza el cielo y está hecho por Dios. En mi
pueblo no hay tanta “diversidad” ni falta que hace pues en él habita los
valores, el trabajo, la entrega, el servicio, la hospitalidad, el ser buenas y
dignas personas que hacen grande cada día, cada hora, sus vidas y la de los
demás.
Villaluenga
del Rosario tan diferente y única que no le hace falta lo que echan en falta
aquellos que nunca están contentos y siempre quieren más.
Para grandes
e impresionantes avenidas, iluminadas, rascacielos que rompen hasta las nubes,
luces por todos lados, bares, hoteles, tiendas, grandes superficies, prisas,
agobios, metros atestados, inseguridad, personas caminando cabizbajas donde el
saludar o el mirar a los ojos a los demás es parte de un pasado que ni se
recuerda, donde la diversión se puede realizar en cualquier lugar previsto para
eso y que deja imágenes rotas cuando viajes muy de mañana en cualquier tren o
metro un domingo cualquiera.
Sí, todo
esto está muy bien, puede que para algunos sea hasta deseable, pero
personalmente no cambio ni una coma de mi bendito pueblo de Villaluenga del
Rosario donde cada segundo que pasa me enseña algo nuevo que puedo vivir y
contar.
Lo demás
está a tan solo 614 kilómetros de distancia.
Pero algo
tiene nuestro bendito pueblo que todos los que llegan a él y lo conocen quedan
prendidos y prendados de tanta belleza.
Hoy,
precisamente hoy, cuando me encuentro a 614 kilómetros de distancia cierro los
ojos y me veo en mi atalaya divisando el negro cielo con el fulgurante
lucerillo del alba que me sigue diciendo, aunque esté a kilómetos de distancia,
a cada segundo que pasa: ¡Jesús, tranquilo, que sabes que en tu pueblo de
Villaluenga del Rosario siempre tendrás tu Casa!
Jesús
Rodríguez Arias
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