Para todos aquellos que le conocieron como Custodio de Tierra Santa y franciscano, el ingreso solemne en Jerusalén de Mons. Pierbattista Pizzaballa como Administrador apostólico de la diócesis de Jerusalén ha sido una fiesta marcada por la curiosidad.
El miércoles 21 de septiembre, gran cantidad de gente se reunía en la puerta de Jafa esperando al automóvil del que descendería con sotana y solideo violeta el administrador apostólico, Mons. Pierbattista Pizzaballa.
La comitiva necesitó de algún tiempo para organizarse porque, a pesar de las vallas colocadas por la policía, los cristianos de la ciudad y numerosos religiosos y religiosas se apretujaban y tendían las manos con la esperanza de poder saludar al nuevo obispo.
En la plaza ha sido recibido por el P. Yamal Jáder en nombre de los canónigos del Santo Sepulcro. Hay que destacar que Su Eminencia el cardenal O’Brien, gran maestre de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro, ha venido a propósito desde Roma para tal ocasión.
Entre los aplausos que se mezclaban con el canto del Te Deum, ha caminado por la nave central portando la mitra y sujetando el pastoral.
En la iglesia estaban presentes los representantes de las 13 Iglesias de Jerusalén, así como las autoridades civil palestinas e israelíes y los cónsules generales de las Naciones latinas. La iglesia se ha quedado pequeña para contener a la numerosa asamblea y muchos fieles se han quedado fuera.
Mons. Shomali, en nombre del colegio episcopal latino y de la Iglesia latina, ha pronunciado un discurso de acogida en honor al nuevo obispo de la ciudad santa. «Por la imposición de las manos y la oración de la Iglesia, usted se ha convertido en pastor de nuestra Iglesia. Bendito el que viene en nombre del Señor, hemos cantado con alegría. En la historia del Patriarcado –ha recordado después Mons. Shomali-, es la tercera vez que la cura pastoral de la diócesis se confía a un custodio. Es un signo de la unidad de nuestra Iglesia; seguiremos colaborando con la Custodia y con el resto de congregaciones religiosas para el bien de la Iglesia y de la fe, viviendo unos junto a otros».
Tras la bendición final, el arzobispo ha recibido, durante más de una hora, las felicitaciones de los presentes.
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