La presencia global de los cristianos en Tierra Santa se ha reducido del 19% al 1,4% desde 1948. Son muy pocos los que quedan, pero su presencia sigue siendo motivo de esperanza de paz para la región. Da testimonio de ello la labor que los franciscanos, custodios de los Santos Lugares desde 1342, han desarrollado a lo largo de los siglos en la tierra donde vivió Jesús. Lo cuenta el franciscano español padre Artemio Vítores, Vicario de la Custodia de Tierra Santa
El poder enemigo de la paz se vale de la ignorancia para promover los enfrentamiento y para lograr sus objetivos. Sacaban partido de ello los turcos: cuanto más ignorantes fueran sus súbditos, mejor, más débiles y manipulables. Por eso, en 1809, nosotros los franciscanos, conscientes de que cuanto más preparadas estén las personas, más fácil les resulta entenderse y defenderse, empezamos a fundar nuestras escuelas, a las que todos pueden acudir: musulmanes, judíos o cristianos. Las escuelas tienen dos normas sencillas: nadie está obligado a hacerse cristiano, y cada cual recibe clases de su propia religión, según la doctrina del Vaticano II. Al mismo tiempo, hemos fundado orfanatos para niños y niñas de familias desestructuradas y pobres, en situación de semi-internos. Había dos en Jerusalén que el muro ha obligado a cerrar, porque, para asistir, los niños -que provenían de Belén, Nablús, Ramala- necesitaban permisos. Hace 8 ó 10 años, fundamos un nuevo orfanato en Belén, que ahora mismo tiene unos 40 niños. Las escuelas han sido para los frailes un taller de tolerancia en estos tiempos conflictivos.
El muro visible..., y el invisible
En general, a partir de la Segunda Intifada, en el año 2000, con la creación del Estado Palestino, la división de la población en Tierra Santa se ha intensificado. El muro es sólo un símbolo visible del muro invisible de la intolerancia en la mente de las personas. Y este muro de la intolerancia se fomenta en sinagogas, en mezquitas y también en escuelas. El mismo instrumento, que es la educación, se puede utilizar también para lo contrario: para fomentar la tolerancia, y de hecho nuestras escuelas son un símbolo de tolerancia. Si se convive con alguien distinto, se le puede conocer, entablar un diálogo con él, y se llega a la conclusión: Con éste se puede hablar. Ya no prevalece el prejuicio: Todos los palestinos son bárbaros; todos los musulmanes son bárbaros; todos los cristianos son bárbaros. Hay que admitir: No es verdad. Yo conozco a uno que no lo es.
También nos hemos dedicado a la Medicina. Han muerto, en los 800 años de presencia franciscana en Tierra Santa, 1.200 frailes atendiendo a los apestados, a los que se considera mártires de la caridad. Durante mucho tiempo, el único hospital en el Medio Oriente ha sido el de los franciscanos, la Farmacia de San Salvador. Un personaje muy reconocido es Pietro Giovanni Bettini, apodado el médico de todos los jerosolimitanos, a quien acudían musulmanes, judíos y cristianos para curarse; por supuesto, fue enterrado en el cementerio cristiano, pero era tan amado que judíos y musulmanes se disputaban enterrarlo en su propio cementerio. Así es como los cristianos mostramos que somos cristianos: con caridad, con amor.
Creemos que la clave en el diálogo ecuménico es la convivencia. El evangelio dice: Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Saludar a todos, ser amable con todos, crea una situación de amistad. A veces es muy importante una sonrisa, o tomarse juntos un café. Éste es el espíritu franciscano: Paz y bien. Cuando san Francisco de Asís llegó a Tierra Santa, le dijo al sultán Melek-el-Kamel que Dios es el Padre de todos. Nosotros, los franciscanos, anunciamos a Cristo a todos, sin distinción, y demostramos con nuestra vida que somos cristianos. Debemos amarnos unos a otros y reconocernos como hijos de Dios, no con espada, sino con paz y bien. Y si es con una sonrisa, mucho mejor. Esta labor tiene que seguir.
El gran valor es Cristo
«Saludar a todos, ser amable con todos... A veces
es muy importante una sonrisa. Éste es el espíritu
franciscano: Paz y bien»
Nos ha hecho mucha ilusión que el nuevo Papa se llame Francisco, porque es un gran impulso para el espíritu que nos mueve. El ideal de san Francisco de Asís es Cristo para todos: enamorándose de Cristo, uno se enamora de todos y quiere su bien.
Ya Benedicto XVI había dicho que lo que hizo san Francisco hace ocho siglos es lo que tiene que hacer la Iglesia hoy. Inocencio III, el Papa de entonces, era un hombre muy inteligente, muy preparado intelectualmente, y en su tiempo también contaba con una Iglesia muy capaz, como la actual, pero que se había anquilosado en sí misma. La revolución de san Francisco es que el claustro no es el lugar donde encerrarse, sino que es el mundo. Ésta es la clave de la misión: hay que anunciar el Evangelio. Benedicto XVI denunciaba el relativismo: todo da igual, matar a un gallo y matar a un hombre es prácticamente lo mismo. Para cambiar eso, hace falta transmitir valores. Nosotros tenemos que ir al mundo a transmitir ese gran valor que es Cristo. Es lo que los franciscanos hacemos aquí.
Padre Artemio Vítores, ofm
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