Parece increíble que la Navidad pueda ser la respuesta a ese estado del hombre y de la sociedad. Pero esa posibilidad procede del hecho de que el cristianismo sea ante todo el resultado de unos hechos históricos y no de una filosofía, de una ideología o una gnosis, como tantas otras religiones. Ernst Bloch, filósofo judío y marxista, señaló precisamente eso, como el Jesús histórico, con sus rasgos personales de humanidad profunda y sorprendente, es imposible de convertir en un mito, de reducir a un conjunto de ideas cuya falsa coherencia nos vuelva a arrastrar a otro infierno. Celebramos el nacimiento de un hombre completo que, ¡oh, maravilla!, resulta ser Dios encarnado para nuestra salvación. Decía Gómez Dávila, quizá meditando en el misterio de la Encarnación y de la Navidad, su consecuencia, que "nada me seduce tanto en el cristianismo como la maravillosa insolencia de sus doctrinas". Sí señores, Dios el creador del universo, el señor de la historia, se hizo hombre un día y una hora concretísimos. La Iglesia, que tantas veces parece no ser del todo consciente del tesoro que custodia, reflejó este convencimiento en la admirable Kalenda de Navidad, una joya litúrgica, cargada de siglos, que se proclama en la misa de ese día y que resalta el carácter histórico y nada mítico de nuestra celebración, y que empieza según el cómputo bíblico: "En el año 5199 de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra...", para terminar: "En el año 42 del reinado del emperador Octaviano Augusto... Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno padre, quiso santificar el mundo por su venida terrena y... nace como Dios y hombre verdadero en Belén de Judá, del seno purísimo de la Virgen María". Ayer, hoy y siempre. ¡Dios con nosotros! ¡Dios nos salva! ¡Alegrémonos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario