Éstos han sido impartidos durante el fin de semana pasado y repartidos en la tarde del viernes, la jornada del sábado y la mañana del domingo, con una asistencia de 36 personas.
Estos ejercicios, continuaba el P. Andrés diciendo, “persiguen tener un encuentro con Jesús mediante nuestro diálogo íntimo y personal con Él”.
El programa de los mismos fue el siguiente:
Ocho meditaciones, repartidas entre los diferentes días, intercaladas con la oración personal ante Jesús Sacramentado, y orando la liturgia de las Horas y haciendo el ejercicio del Santo Vía Crucis, así como el rezo del Santo Rosario a la Virgen Santísima.
Nos explicaba el P. Andrés que la regla de oro de todos los ejercicios espirituales es el silencio, que consiste en un doble silencio: el exterior, es decir, procurar no hablar con los demás estos días o hacerlo lo menos posible para no romper el ambiente de oración y el clima que se genera de ello, y el llamado silencio interior, consistente en romper el soliloquio que todos tenemos algunas veces para hablar solamente con Jesús.
Una segunda actitud de la vida del cristiano es el miedo que sentimos al dialogar con Dios a solas, porque intuimos que nos va a pedir una exigencia o compromiso. La tercera actitud, como presupuesto para vivir la vida espiritual es la humildad, y el buen humor . San Pedro en sus cartas nos dice “en la paciencia de Dios está nuestra salvación”.
Las ocho meditaciones estuvieron repartidas por los temas siguientes:
El primero consistente en reflexionar que nuestra vida cristiana es como un camino de peregrinación hacia el conocimiento de Jesús .La segunda nos habla de que nuestra meta es alcanzar la santificación. La tercera consistente en la realidad de nuestro pecado y la batalla que se libra entre el bien y el mal en nuestra vida interior. La guerra ya está ganada por la sangre de Jesús vertida en su Pasión, Muerte y Resurrección pero cada cristiano tiene que ganar su batalla interior día a día hasta el fin de su existencia. La cuarta meditación desgrana la Parábola del Joven Rico y la Misericordia infinita del Padre. En la quinta y sexta, contemplamos la Eucaristía como fuente, salvación y culmen de la vida de todo cristiano. Y en la séptima y octava vivimos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Terminando las meditaciones afirmando que el Señor Jesús nos está diciendo que contemos siempre con Él y que no podemos dejarnos vencer por nuestro estado de ánimo y si caemos en el desierto espiritual , acudamos siempre a Él como fuente de misericordia , salvación y vida, exclamando esa preciosa profesión de fe, “Señor mío y Dios mío”.
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