La Pascua es el tiempo de la luz, y esa luz es para todos los hombres. Es el tiempo de la evangelización, como estamos leyendo cada día en el libro de los Hechos de los apóstoles, que mientras nos cuenta la vida de la primera comunidad cristiana nos da dos claves para vivir la vida en forma pascual. Hay dos elementos que llaman especialmente la atención en los llamados “sumarios” de la vida comunitaria y es que la presencia de Cristo Resucitado lo cambia todo: la relación entre ellos, con los bienes materiales, con el tiempo y el espacio. Surge una nueva cultura.
Es urgente introducir la levadura evangélica en el actual contexto cultural. La fe en Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, que vive en medio de nosotros, debe animar todo el tejido de la vida, personal y comunitaria, pública y privada, para proporcionar un estable y auténtico bienestar, a partir de la familia a la que hay que redescubrir como patrimonio principal de la humanidad, signo de una verdadera cultura a favor del hombre.
En Pascua encontramos al Dios que buscamos: un Dios que no se mantiene a distancia -en el lejano firmamento junto a las estrellas- sino que entra en nuestra vida y en nuestro sufrimiento. No tenemos necesidad de un discurso irreal de un Dios lejano o una fraternidad que no se compromete. Hemos hallado ya al Dios cercano que buscamos, la fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así le ayuda a seguir hacia delante.
Necesitamos también esa otra experiencia de los orígenes: el compartir en la gratuidad. Una nueva cultura no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes, sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad y de comunión, puesto que el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Vivid con Cristo vivo con valentía, con la seguridad de que, en la medida en que viváis el amor recíproco y hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os convertiréis en Evangelio vivo, atentos a los pobres, responsables en la sociedad civil.
El Señor nos da la lógica del ser respecto a la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es necesario aprender a crecer en el amor auténtico, el que viene de Dios y nos une a Él, y precisamente por eso nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea todo para todos.
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