Todos tenemos a uno cerca y lo conocemos bien aunque este tipo de personaje impiden con su forma de ser y de mostrarse a los demás que se les conozca en su verdadera dimensión.
Van de figurines, visten con colores estridentes, van de “jóvenes” por la vida cuando la media supera ampliamente la cincuentena. Están en todos los niveles profesionales; los hay desde obreros, militares y cargos públicos de mediana responsabilidad porque cuando le confían puestos de cierto prestigio y sigilosidad, como no pueden estarse callados, van esparciendo las noticias que conocen de primera mano y son cesados y quitados del medio de forma fulminante aunque para ello tengan que cambiar toda la estructura de donde presten sus servicios.
Los superiores jerárquicos no los quieren ver ni en pintura porque son un auténtico descrédito por donde pasan.
Suelen estar solteros, separados, divorciados y algunos, los menos, casados, pero todos mantienen relaciones sentimentales más o menos fuera de un orden y concierto. Van picoteando de flor en flor y entre sus “víctimas” las favoritas son personas más jóvenes que ellos aunque, si la el periodo de carestía es mucho, también pueden conquistar a alguna de su edad. No son conquistadores en el sentido del antiguo romanticismo sino “picotas” vastos, muy groseros y soeces que quieren aparentar lo que nunca han sido ni serán: Caballeros.
Un caballero trata como se merece a una dama y a los demás de forma exquisita. La exquisitez, la elegancia, la clase son síntomas visibles de un auténtico caballero y en estos no está permitido lo vulgar, lo absurdo y denigrante. Trata a todos por igual, es decir, con suprema cortesía y educación.
Este tipo de “fulanos”, vamos a llamarlos de esta manera, van de caballeros impostados, de personas creíbles y con prestigio pero cuando se escarba y quitas la final capa que cubre todo puedes observar que no son lo que decían ser sino todo lo contrario.
Por desgracia, para este tipo de “fulanos” conozco a algunos de ellos y por una u otra razón me han demostrado hasta donde pueden llegar si algunos somos capaces de descubrir sus “artes”, mejor dicho, sus “malas artes”. Llegados a este punto son “peligrosos” porque no les importa nada ni nadie y son capaces de utilizar cualquier recurso para “eliminar” a los que los conocen tal cual son.
Sus ex-parejas son tratadas con menosprecio, campañas difamatoria que hacen que entre éstas surja el temor hacia tales despreciables elementos.
Quieren ostentar cargos en importantes instituciones y entidades, a las cuales si llegan lo hacen de “tapadillo” y aprovechan lo mínimo para situarse bien porque la lealtad, la coherencia y el honor no entra en su código ético de valores.
Lo mismo lo ves asistiendo a altas representaciones, como si ellos lo fueran, que en los güichis o tabernas tomando una buena copa con amigos que al verse descubierto por, esos que tan bien lo conocen, se esconden para no ser vistos cuando ya saben que han sido descubiertos porque, entre otras virtudes que los adornan, son lelos.
Este personaje de la fauna social de toda ciudad o pueblo existe y se les va conociendo bien a las claras y eso hace que muchos pongan nombres y apellidos, cara y circunstancias a todo lo que he descrito y escrito en tono jocoso, divertido que nunca hiriente.
A las personas de bien se les conocen por sus actos y a los lelos por las suyas.
Jesús Rodríguez Arias
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