Donde me distraigo
Cuando acabo con Gómez Dávila vuelvo a empezar. Entre mi mala memoria y las cosas que vemos cada día, cada relectura es nueva. Con todo, en ésta me divierte encontrar los cada vez más escasos puntos de desacuerdo. Por ejemplo, su malthusianismo, para colmo moral y estético. O esa idea suya de que el catolicismo es su patria, gracias a la cual vence, nos cuenta, ciertas claustrofobias. Lo recordaba ayer, en misa en Los Capuchinos de Jerez de la Frontera, donde tienen una inmensa bandera de España en el altar. No me gusta allí la bandera, lo confieso, aunque me encanta en casi todos los otros lugares. Para mí mi patria es mi patria (y unas cuantas naciones más, lo reconozco), y la Iglesia es mi Matria, y no hay por qué mezclar.
Enseguida me distrajo de esas ontológicas distracciones, sin embargo, el olor a vino y la voz piadosa y en grito de uno de los mendigos de la puerta, que había entrado a oír misa, y se había acomodado en el banco de detrás . Seguía la liturgia con todas sus fuerzas, tanto la parte del pueblo fiel como la del sacerdote. En la consagración, se confundió y en vez de recitar "Tomad y comed" dijo: "Tomad y bebed". Como lapsus me hizo gracia, luego pensé que quizá no debería hacérmela, pero repensé que al Señor se la haría, y volví a sonreír. Para entonces ya estaba diciendo "Tomad y bebed" con toda propiedad.
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