sábado, 14 de julio de 2018

HASTA A MÍ; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Que el Gobierno exija un consentimiento expreso para las relaciones sexuales, a mí, en realidad, plim. Plim, en principio, porque, aunque la cosa no me afecte nada como varón felizmente casado, en otros órdenes de la vida, me salpica.

Como ciudadano, sin ir más lejos. Una ley de imposible cumplimiento en la práctica (para los que practican, digo) devalúa la sacralidad de la ley. Se legisla sabiendo que nadie cumplirá la norma, que sólo vale para adornarse y para hacer lío. Los demás, a bote pronto, nos echamos unas risas con el notario y/o la conveniencia del sexo en grupo, por tener testigos; pero, cuando se piensa, se nos congela la carcajada. Los varones quedan a merced de la primera denuncia que a alguien se le ocurra, sin garantías ni presunción de inocencia. 

Como católico, podría parecer que debería parecerme muy bien que sobre las relaciones sexuales ocasionales caiga esta pecaminosidad laica minuciosa, como cerrando el círculo de la liberación sexual, qué tiempos. Pero ni hablar. El pecado cristiano de toda la vida respeta la libertad esencial del pecador y la pecadora, y sabe de sobra que hay dos órdenes, el civil y el religioso. No mezcla churras con merinas. Remite a la responsabilidad moral de cada tipo (en el sentido de 'persona' y no de Código Penal). Esto de ahora es quedarse con lo falso y lo tópico del sexto mandamiento, con una sospecha pacata del sexo, y no con lo verdadero: el respeto más profundo a lo personal, alma y cuerpo.

Todavía estoy más mosca como escritor. Esta certificación gubernamental y legalizada de que el consentimiento tiene que ser expreso viene a reconocer por la vía de los hechos consumados (con perdón) que la alusión, la sugerencia, la elipsis y los sobreentendidos, que son la materia prima de cualquier literatura inteligente, están quedándose fuera del alcance del personal. ¡Si ni siquiera en algo tan sutil y delicado como el sexo tienen cabida, imagínense ustedes en un soneto o en una columna de opinión! Hay una carencia comunicativa que ya veníamos notando, pero que el Gobierno ha consagrado de la peor forma posible.

Me parece muy natural que los más afectados estén muy nerviosos con esta ley que se mete en sus relaciones sexuales. Yo me solidarizo, de un modo inevitablemente moral. Y añado mis tres nerviosismos, que no son tan urgentes, no, pero que también suman. Con tanto puritanismo nos están fastidiando hasta a mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario