viernes, 13 de julio de 2018

CORRUPCIÓN DE CORRUPCIONES; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



A penas escribo sobre corrupciones, ni de las del PP, como me exige un lector persistente, ni de las del PSOE, ni de las de nadie. Es por el ámbito de competencia. No soy juez, y no puedo castigar (quizá afortunadamente) ninguna corruptela. Mi humilde oficio consiste en dar mi opinión, buscar la verdad y tratar de convencer a mis lectores. Por eso, cuando todos estamos conformes, no tiene mucho sentido escribir de algo. Es más interesante intentar explicar por qué considero el aborto una corrupción mayor que cualquier otra, con lo que es posible que pocos estén de acuerdo, que ponerme como una furia porque unos se lo lleven crudo, cuando ya sabemos que eso está fatal y recibe unánimes reproches (incluso de los que también se lo llevan, pero aún no han sido descubiertos).

Sí merece la pena preguntarse si la corrupción es inherente a la sociedad. Tácito explicitó: "A corromper y ser corrompido se llama mundo". José Jiménez Lozano, que suele citarlo, pone el ejemplo del Antiguo Egipto, donde a los corruptos se les cortaba la nariz, pero ni eso impidió que los hubiera y en tales cantidades que terminaron dando nombre a toda una región: "Rinocolura" o la tierra de la gente con la nariz cortada. De ser consustancial la corrupción al mundo, tendrían razón los que sostienen que conviene o salirse de él o encerrarse en casa y levantar dos palmos el muro. El gran Francisco de Aldana expresó con hermosura su rechazo del mundo: "No quiero entrar en este abismo y centro/ oscuro de mentira, en esta inmensa/ de torpe vanidad circunferencia,/ que nunca acabaría". 

Sin embargo, Aldana, a pesar de su hastío y asco, se involucró en los asuntos de su tiempo hasta caer heroicamente en Alcazarquivir. Aunque consideremos sistémica la corrupción, nos consuela el quijotesco escolio de Gómez Dávila: "La lucha contra el desorden es más noble que el orden mismo"; y el método de Jordan B. Peterson: "Si quieres reformar el mundo, comienza por ordenar tu cuarto".

Hablando de cuartos, echaré el mío a espadas. Aunque no tengamos ningún poder, siempre podemos mejorar la sociedad mejorando nosotros, que es lo que se puede, aunque cuesta más. Que no hay compartimentos estancos entre honradez y honestidad lo muestran las interferencias entre el dinero público y los prostíbulos o entre las infidelidades matrimoniales y las patrimoniales. Que la corrupción corrompe y viceversa es obvio, pero se obvia.

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