martes, 13 de marzo de 2018

EL MAL; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Comprendo las reacciones, porque ante el asesinato de un niño no hay lógica que valga, pero no querría yo saltarme la presunción de inocencia, por más que sea fácil, ni responder a esa demagogia de los que hablan de la violencia de un género contraponiendo miméticamente la violencia del otro, como si los sexos no fuesen en sí mismos inocentes. Ni quiero clamar hoy por la prisión permanente revisable. Ya la pido sin necesidad de ninguna víctima. Nadie lo está haciendo a posta, pero algunos comentarios alrededor de este asesinato aprovechan de un modo inconsciente la condición de víctima de Gabriel Cruz. Sobre todo por eso hay que evitarlos.
Yo he estado a un tris de no poder escribir este artículo y todavía más porque quiero hacerlo sobre el mal, que es lo único que no tiene presunción de inocencia. Lo único que maldecir. Pero "el mal es algo demasiado monstruoso" escribe Adophe Gesché, "para que se le pueda mirar con otros ojos que no sean los del escándalo". Es una Medusa que nos deja petrificados. Hablamos tanto de otras cosas, indignados, y buscamos culpables a toda prisa porque cogemos el primer escudo de Perseo a nuestro alcance para no mirar directamente al mal entre nosotros.
Kant en su libro de hermoso título La religión en los límites de la razón pura elogia al cristianismo por su audacia al asociar el mal con un tercer lugar, el infierno. Al no hacerlo con la tierra ni lógicamente con el Cielo, logró subrayar perfectamente el carácter heterogéneo del mal. El mysterium iniquitatis de los teólogos no radica tanto en la existencia del mal, tan cartesianamente explicado por San Agustín como la ausencia de bien, sino en la presencia de esa ausencia en el corazón de los hombres. Siempre que el mal extremo e incomprensible pretenda petrificarnos, hemos de saber que sólo podemos luchar cuerpo a cuerpo contra él con la luz refleja de echarlo de nuestro corazón, nuestro auténtico escudo.
La sociedad no es tan teológica. El ya citado Gesché concluye que "El mal no grita solamente venganza (que sería la mirada hacia el culpable), sino que grita sobre todo compasión (que es la mirada hacia la víctima)", y pide a los cristianos compasión. Por supuesto: lloramos a Gabriel y rezamos por él y sus padres. La sociedad, en cambio, sólo tiene un medio para esquivar la venganza y para llegar a su compasión posible con la víctima: el de la justicia. Es una virtud cardinal.

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