jueves, 11 de enero de 2018

EL INTERÉS DEL DESINTERÉS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo", se quejará el lector viendo el título paradójico de la columna. Pero el CIS me ha provocado. La independencia de Cataluña ha dejado de ser un problema acuciante para los españoles, según su barómetro de diciembre. Un 16,7% lo considera uno de los principales problemas, frente al 24,6% del barómetro de noviembre. Éste es el primer barómetro del CIS posterior a la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española. Y tal caída del interés es interesantísima.


Demuestra que muchos de los problemas que tenemos planteados los españoles son problemas que podrían solucionarse con un golpe de timón. Ha bastado una aplicación bastante tímida y hasta tartamuda de un 155 descafeinado para que la crisis nacionalista haya bajado como la espuma. Como la espuma que era, ojo. Parecía que se acababa el mundo o, si no el mundo, sí una de las naciones con más solera del mundo.

El desinterés no lo ha captado sólo el CIS, sino los VIPs. Mundó se muda, Mas se marcha, Puigdemont no vuelve, Junqueras reconoce que ha perdido todo el afán por la vía unilateral. Esto es muy llamativo, pero siempre puede achacarse a la estrategia forense o al miedo al futuro penal inminente. Lo que no tiene discusión es el descenso del interés de los ciudadanos anónimos.

Hay un chiste viejo que le viene a esta situación como un guante. El de un señor que le comenta a un amigo que tiene muchos "poblemas". El otro le corrige: "Serán problemas". "No, no", contesta el atribulado, "problemas son los de matemáticas que trae mi hijo del colegio, los míos son 'poblemas' y la solución no la saca una calculadora". Quizá el primer deber de los políticos sea distinguir los "problemas" de los "poblemas" y poner soluciones a los primeros y cogerles las vueltas a los segundos.

Del chiste pasamos a Dante, al que dice Virgilio, nada menos, en el Canto IX del Infierno: "la ciudad doliente/ donde entrar no podemos ya sin ira". Esto es, que sólo enfadándose podrían seguir adelante en su importantísimo viaje. Pasa con frecuencia, por desgracia, con los problemas, que hay que dar un puñetazo en la mesa y que, por suerte, basta. Y entonces ocurre como en ese trance del Infierno o como en Cataluña, salvando las distancias: que después de la tormenta llega la calma. O, todavía mucho mejor, el desinterés. Qué interesante.

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