jueves, 5 de octubre de 2017

SAN FRANCISCO DE ASÍS: LAS CELEBRACIONES DE LA CUSTODIA DE TIERRA SANTA




Se esperaba con emoción y se había preparado con un triduo de oración y reflexión. La solemnidad de San Francisco es cada año motivo de gran alegría para los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Los frailes y fieles la celebraban el 3 y 4 de octubre en la iglesia de San Salvador de Jerusalén con las primeras vísperas, el tránsito, la misa solemne y las segundas vísperas.
San Francisco de Asís murió precisamente el 3 de octubre de 1226, repitiendo las palabras del salmo 141 del alma que se abandona a la misericordia de Dios. Ya en 1228 fue declarado santo. Hoy le recordamos como el “pobrecito de Asís”, pero también como el “Padre seráfico”: con su vida pequeña dejó una enorme huella en la vida de la Iglesia y en la Historia.

Presidía las primeras vísperas y el tránsito el padre Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton. Durante la celebración, los frailes que aún no han hecho la profesión solemne renovaron sus votos temporales. «Dice San Francisco: con la profesión religiosa toda nuestra vida debe entregarse a las manos de Jesucristo. Este es el sentido profundo de los votos de obediencia, sine proprio y castidad que hoy renováis», decía el Custodio en su homilía. El mismo San Francisco, al final de su vida quiere entregarse de nuevo a Dios en la más absoluta esencialidad: desnudo sobre la tierra desnuda. «Un gesto de extraordinario significado simbólico porque expresa la totalidad de la propia entrega», decía fray Patton. En ese gesto está la desnudez de la obediencia, de la pobreza y de la castidad, con la que el cuerpo se convierte en sacrificio espiritual agradable a Dios. El Custodio subrayaba después que en el tránsito está la indicación del destino pascual. Este abandonarse a Dios para renacer con él fue planteado también con la lectura de la narración del tránsito de San Francisco, hasta el momento en el que se sumió en la oscuridad. Desde las tinieblas, la luz de la iglesia volvió a brillar sobre las notas del Cántico de las Criaturas, escrito por el santo.

Como marca la tradición, un padre dominico, fray Martin Staszak, prior de Jerusalén, presidió la misa de la fiesta de San Francisco y lo mismo hacen los franciscanos en la fiesta de Santo Domingo cada año. Fray Jean Jacques Pèrennès, rector de la Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén, en la homilía decía: «Nuestras dos órdenes nacieron de la misma idea: la necesidad de un despertar evangélico. El dominico habló de predicar el Evangelio sin recurrir a los medios del poder. Los experimentaron San Francisco y Santo Domingo, pero nosotros, ¿cómo podemos trasmitir el mensaje, enseñar, catequizar, predicar, si somos tan pobres? - se preguntaba fray Jean Jacques. – Francisco, como Domingo, nos dice que es precisamente a través de este abandono que podemos convertirnos en verdaderos discípulos.
Asistían a la celebración también monseñor Marco Formica, monseñor Pizzaballa y monseñor Joseph Jules, y los representantes de las iglesias sirio-católica y maronita. Sentados en las primeras filas, también el cónsul general de España, de Italia, de Francia, de Bélgica y el representante de la policía de Jerusalén.

«Es la primera vez que participo en la fiesta de San Francisco en Jerusalén y es una auténtica alegría – explicaba una mujer, durante el refresco preparado en el convento -. Me han gustado mucho los cantos. Ha sido una celebración en el espíritu franciscano». También para dos estudiantes de filosofía de EinKarem era la primera fiesta de San Francisco en la Custodia. «Estamos aquí desde hace poco y todo es muy distinto de Bolivia, de donde vengo. Aquí todo resulta más solemne, con el órgano», decía fray Óscar. Fray Josué continuaba: «Celebrar de esta forma ayuda a la participación del espíritu».
Por la tarde, las segundas vísperas cerraban la fiesta. En un ambiente más recogido y de meditación, los frailes rezaron de nuevo bajo la estatua de San Francisco, besaron la pequeña reliquia y entonaron el Magnificat. Y para no dejar pasar en vano la solemnidad, fray Marcelo Cichinelli, guardián de San Salvador, concluía: «Acojamos la invitación de Francisco a detenernos ante la cruz, mirar a Cristo crucificado hecho hombre por nosotros, pasar tiempo con él y a leer en la cruz el libro de la salvación».

Beatrice Guarrera

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