martes, 10 de octubre de 2017

PROFESIÓN SOLEMNE DE FRAY CLOVIS Y FRAY EDUARDO EN GETSEMANÍ



La alegría y la emoción se reflejaban en sus rostros mientras entraban en la iglesia. Una sonrisa y una lágrima apenas retenida acompañaban a fray Clovis y fray Eduardo al comienzo de una celebración importante: la de su profesión solemne. Los dos jóvenes frailes de la Custodia la pronunciaban el 7 de octubre en la basílica de la Agonía en Getsemaní. Delante de su fraternidad, ante sus familias, abrazaban con alegría la llamada a la vida consagrada franciscana para siempre. El Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton presidía la celebración en la iglesia llena de familiares y amigos procedentes de diferentes partes del mundo, ya que los dos son originarios de México y de Brasil.

En la homilía, fray Patton habló primero del lugar en el que se iban a postrar los jóvenes: «Es un privilegio postrarse sobre la roca donde el mismo Jesucristo se postró y rezó con las mismas palabras que nos ha enseñado: “hágase tu voluntad”».
A continuación, se centró en la promesa definitiva de seguir las huellas de Jesús, de observar el Evangelio con obediencia, sin nada propio, y con castidad, como sugiere el inicio de la regla bulada. El Custodio pasó revista a cada punto: «Observar el Evangelio de Jesús significa fijar la mirada en Él, dejarse impregnar por su palabra, con el fin de cambiar nuestra mentalidad»; «vivir en obediencia está en el corazón de la observanciadel Evangelio»; «vivir sin nada propio nos hace libres para no apropiarnos de cosas ni lugares, de puntos de vista y posiciones adquiridas»; «la castidad es un gran regalo porque educa en amar con todo el alma, con toda la mente, con toda la inteligencia, todas las fuerzas, todo el impulso, todo el afecto, todos los sentimientos más profundos».

Fray Clovis y fray Eduardo pronunciaron con fe – y una pizca de emoción – sus promesas, cada uno en su lengua nativa, portugués y español respectivamente. «Sí, quiero», dijeron ante la emoción de todos. A continuación se invocaron los santos en las letanías y los dos frailes se postraron en tierra sobre la roca de Getsemaní. Un abrazo fraterno de cada fraile subrayó el momento: así acogía oficialmente la fraternidad de la Custodia de Tierra Santa a los nuevos profesos solemnes. Se acercaron después al altar para felicitarles, uno tras otro, los religiosos amigos de una vida, compañeros de camino, nuevos hermanos de fe.
«Quiero dar gracias a Dios que nos ha alcanzado muy jóvenes y muy lejos – decía fray Eduardo en nombre de ambos antes de la bendición -. Tan lejos que a veces dudábamos de si llegaríamos alguna vez a Tierra Santa. Pero nada es imposible para Dios y prueba de ello es este acontecimiento definitivo para nuestra vida». Tras dar las gracias a todos los maestros y formadores encontrados a lo largo del camino, también tuvo palabras de agradecimiento para la fraternidad, la familia y los amigos, el Custodio fray Francesco Patton y el administrador apostólico del Patriarcado Latino PierbattistaPizzaballa, su hermano en Cristo durante varios años.

La fiesta se trasladó después al jardín de Getsemaní, animada por la proverbial alegría sudamericana, con música, comida y alegría. Los dos frailes seguirán estudiando teología, hasta convertirse en diáconos y sacerdotes, si Dios quiere. Pero, mientras tanto, han logrado el objetivo más importante para los frailes franciscanos.
Fray Clovis comentaba incrédulo: «Este día me parecía casi inalcanzable en algunos momentos del recorrido vocacional. Poco a poco se ha transformado en realidad, gradualmente a lo largo de la formación, gracias a la presencia de Dios en nuestra vida. Verlo llegar es una sorpresa, después de ocho años de formación. Es maravilloso y es para toda la vida».
También para fray Eduardo el itinerario vocacional ha durado mucho, nueve años para ser exactos. «He esperado toda una vida que llegase este día – decía el fraile -. Mientras hacía la profesión, me acordaba de todo lo que he pasado, sufrido, de todo lo que dejo. Me acordaba de cuando mi padre me decía; “hijo mío, te entrego a tu verdadero padre”». A los once años fray Eduardo sintió la vocación y a los diecisiete entró en la Custodia de Tierra Santa. «Para mí no hay nada más bello que esta plenitud de la vida religiosa – decía sonriendo - Ahora somos frailes para toda la vida».

Beatrice Guarrera

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