lunes, 15 de mayo de 2017

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

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Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14,15-18

En aquellos días, se produjeron en Iconio conatos de parte de los gentiles y de los judíos, a sabiendas de las autoridades, para maltratar y apedrear a Pablo y a Bernabé; ellos se dieron cuenta de la situación y se escaparon a Licaonia, a las ciudades de Listra y Derbe y alrededores, donde predicaron el Evangelio. Había en Listra un hombre lisiado y cojo de nacimiento, que nunca había podido andar.
Escuchaba las palabras de Pablo, y Pablo, viendo que tenía una fe capaz de curarlo, le gritó, mirándolo: «Levántate, ponte derecho.»
El hombre dio un salto y echó a andar.
Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en la lengua de Licaonia: «Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos.»
A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque se encargaba de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad trajo a las puertas toros y guirnaldas y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio.
Al darse cuenta los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron el manto e irrumpieron por medio del gentío, gritando: «Hombres, ¿qué hacéis? Nosotros somos mortales igual que vosotros; os predicamos el Evangelio, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen. En el pasado, dejó que cada pueblo siguiera su camino; aunque siempre se dio a conocer por sus beneficios, mandándoos desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándoos comida y alegría en abundancia.»
Con estas palabras disuadieron al gentío, aunque a duras penas, de que les ofrecieran sacrificio.

Salmo

Sal 113B,1-2.3-4.15-16 R/. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»? R/.

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas. R/.

Benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 21-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»
Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»

Reflexión del Evangelio de hoy

El que me ama guardará mi palabra

Da gusto hablar del amor teniendo de fondo a San Isidro, cuya memoria celebramos hoy. Un santo sencillo donde los haya; de oficio, agricultor, en contacto con la naturaleza; casado, con una santa también y padre de un hijo santo, igual que él, según la tradición. Esto no es una poesía ni una canción ni una película de amor. Pero, para nosotros, los seguidores de Jesús, si esto no es amor, si esto no es autenticidad, si esto no es transparencia, yo no encuentro muchos ejemplos que lo superen. Sirva esto de canto al bendito San Isidro, amigo de ángeles y tan angelical como ellos, sin dejar de ser humano.
Cuando Jesús nos dijo: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34), quería indicar que el centro, lo más importante, del Reino, era el Amor. Hoy da un paso más: por supuesto que, refiriéndonos al amor, la poesía, el romanticismo, las palabras bonitas y hasta los piropos son importantes; pero lo fundamental es la observancia, el cumplimiento, guardar los mandamientos del Señor, sus consignas, su forma de vivir, sus actitudes. Y el que guarda y observa esto, le ama; y aquel o aquélla que sólo dice bonitas palabras, no le ama.
Seguro que San Isidro tuvo para su esposa, María, y su hijo, Illán, las palabras y los gestos más tiernos, algo que ojalá existiera en todas las familias. Pero, no se santificó precisamente por eso, sino por su honradez, por el cumplimiento de sus variados deberes, por sus actitudes de compasión, de misericordia, y, muy en particular, por sus relaciones filiales con Dios.

El Espíritu será quien os lo enseñe todo

¡Cómo se parecen estas palabras que acabamos de escuchar “el que me ama guardará mi palabra”, “el que no me ama no guardará mi palabra”, a aquellas otras que en un momento solemne pronunció también María, la madre de Jesús, dirigiéndose a los criados que servían en la Boda de Caná de Galilea: “Haced lo que él os diga”. Los criados lo hicieron, y el milagro se produjo. Pero, ahora ya no están Jesús ni María físicamente con nosotros, ¿cómo podemos saber lo que él dice, lo que él quiere, su voluntad?
La solución está en el Espíritu Santo, porque Jesús ya sabía lo que nos iba a pasar. Acabamos de oír también en el Evangelio cómo el puesto de Jesús lo ocupa el Espíritu Santo para empujarnos, para movernos, para enseñarnos y para recordarnos lo que dijo, para, en definitiva, guardar su palabra.
Jesús no ignora de qué pasta está hecha la naturaleza humana y, en particular, su memoria. Sabe que cuando él falte, no sólo se puede enfriar el entusiasmo, sino más grave todavía, se puede oscurecer el mensaje y la doctrina y hasta tergiversar las ideas. Por eso, les dice a sus discípulos que, cuando él se vaya, vendrá alguien, el Espíritu Santo con la misión de recordar e interpretar fielmente todo lo él había dicho.
Que el Espíritu nos ayude a distinguir el “yugo” liberador de Jesús de otros “yugos” un tanto inútiles u opresores.
Y que nos ayude también a no ser nostálgicos de nada ni de nadie más de Jesús y de María y de lo que siguen siendo y significando para nosotros.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino

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