jueves, 13 de abril de 2017

PERSEGUIDOS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz

Durante la misa, el cura, harto de que entren y salgan aficionados entusiastas a ver los pasos, ha echado la llave a la puerta y ha dejado abierta una entrada muy lateral que sólo conocen, por lo visto, los más experimentados devotos. Personalmente, no sé qué interrupción es peor, porque los frustrados visitantes aporrean medievalmente el portón y lo menean de arriba abajo. Tiembla el templo. Hay una especie de espíritu de madrugada almonteña y, en cualquier momento, van a saltar por alguna reja.
Detrás de mí, se sientan dos fieles bastante locuaces. Uno comenta, con un tono de voz atronadoramente normal, que está en contra de que el cura cierre la puerta "porque los cristianos estamos muy perseguidos en este país y, si no nos dejan entrar en la iglesia, adónde vamos a ir a parar, eh, adónde…" Cualquiera diría que se está negando acogerse a sagrado a unos acosados por las hordas fundamentalistas o por un ataque vikingo.
Caricatura aparte y dejando también aparte que la cura del cura está resultando peor remedio que la enfermedad, lo grave es la ligereza con que tantos cristianos gimen, acobardados, por una persecución que en España no existe. Cierto que la izquierda tiene una querencia anticristiana que le sale de dentro; que la derecha quiere los votos de los cristianos, pero ni una idea ni un principio ni un compromiso, y que agita el miedo a la izquierda para hacer el tocomocho; que los medios de comunicación presentan siempre el perfil ridículo del hecho religioso; que el discurso ideológico dominante tiene grandes zonas de fricción con el mensaje cristiano, cada vez más esquinado. Eso es cierto.
Pero perder los nervios es excesivo y, todavía peor, contraproducente. Perseguidos, en España, están los nasciturus con síndrome de Down, no los cristianos. Los cristianos están perseguidos en Pakistán y Egipto. En la iglesia de San Jorge, en Tanta y en la de San Marcos, en Alejandría, acaban de asesinar a casi cincuenta hermanos nuestros por serlo. No tendríamos que dejar de tenerlo presente ni un segundo para no frivolizar con chorradas.
Si a menudo tenemos que dar la cara en una discusión con amigos, o si alguien nos hace un feo por nuestra fe, o si nos dan un pellizquito de monja (paradójicamente), es el momento de dar alegres gracias de que todo sea eso. Y de no dar ni un paso atrás, en recuerdo a los perseguidos de verdad. Si vamos a llorar, que sea por ellos

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