
EL PINSAPAR
ENRIQUE / MONTIEL | ACTUALIZADO 24.05.2016 - 01:00
Un año, uno
EN cada municipio, grande o pequeño, ha pasado un año desde entonces. A los que les llegó el cambio, a los que no les llegó el cambio. Digo que revalidaron, pese a la hecatombe de los partidos tradicionales. La gran caída. Y los ciudadanos que se han apercibido de que ha pasado un año están por exigir o por transigir, por elevar la voz o por pedir prudencia porque, si veinte años no es nada, un año es menos que nada. Así, por cercanía, la imagen del nuevo alcalde de Cádiz en la toldilla del Juan Sebastián de Elcano y previamente en la escala, recibido por el Almirante de la Flota. ¿Recuerdan? El atuendo, digo. El año realmente ha terminado con la nueva pitada al Rey y al Himno de los españoles, por la sacrosanta libertad de los que no quieren al Rey ni al Himno. Anguita lo quiere poner en la frontera -¿de Turquía?- y los otros calientan los motores con pitadas y banderolas independentistas. Es lo que tenemos y no porque cerremos los ojos, cambiemos de canal, dejará de estar la ominosa pitada y las estrelladas en el Calderón. Estarán. Como estuvieron en el otro partido inaugural del odio a España, con la sonrisa aviesa del odioso Artur Mas, que Dios confunda.
A menudo lo pienso, el odio a España, digo. Porque me obligan de nuevo a preguntarme qué cosa es España para que la odien de este modo. ¿Cervantes? ¿El padre Soler? ¿Las Meninas de Velázquez? ¿Los toros de Guisando? ¿La punta del Boquerón al atardecer? ¿La UCI del Puerta del Mar, benditos sean todos los que allí trabajan? ¿Villaluenga del Rosario, Zahara de la Sierra, Setenil, Olvera, Grazalema, Ubrique, Arcos? Una retahíla de preguntas haría yo a los que manifiestan ese odio mimetizado en una pitada al joven Rey de los españoles, descendiente de la Monarquía histórica, Jefe del Estado constitucional, respetuoso con las leyes y al servicio de la concordia de todos los españoles, también de los que lo pitan e insultan. La España que es todo lo que podría preguntar, en la geografía y en las emociones, que tan poco se parece a aquella otra sepultada por nuestra voluntad de ser, nuestro deseo de convivir en paz, la España que ya no es cerrado y sacristía, ni tiene el alma quieta, esa España machadiana zaragatera y triste definitivamente periclitada, ¿dónde está este año uno después de la irrupción democrática de la Emergencia?
En cada pueblo hay un reflejo de todo lo sobrevenido, cuando no una representación. Un año después. Las cuentas, las acciones, pueden medirse, comentarse, valorarse. ¿Van a cambiar o serán cambiados? Queda menos.
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