viernes, 8 de noviembre de 2013

UNA RELACIÓN A "OJOS VENDADOS".

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Juan Ávila Estrada

El hombre de hoy cada vez pierde más el pudor ante la desnudez física, pero le cuesta más mostrarse tal cual es ante los otros
 
En muchas culturas de siglos anteriores y algunas  actuales las relaciones entre esposos se establecían por pactación de los padres de los novios y/o por las conveniencias del Estado, los clanes o la familia. Lo importante en aquella época no era amar, ni siquiera conocer a la persona con la que se conviviría para siempre; lo más importante era fortalecer los Estados, asegurar la estabilidad del clan o salvar de la ruina a la familia.
 
A partir del siglo XIX, la relación entre esposos cambia un poco con la llegada de la revolución industrial y es antecedida por una etapa previa  que conocemos hoy como NOVIAZGO.
 
Hoy existe la oportunidad  de elegir a la persona con la que se va a contraer matrimonio, tratarle, conocerle, para descubrir, más allá del enamoramiento o de los intereses escondidos, si se acerca a lo que en el ideal se espera de un cónyuge.
 
El peligro de los dos estilos de “elección” está en que también el noviazgo  podría estar amarrado a la ceguera electiva. En la primera forma se llega “ciego” al matrimonio, pues sólo hasta el día de la boda muchos de ellos  conocen con quien se van a casar: ¿cómo será?, ¿cómo actuará?, ¿podré llegar a amarle?
 
En el segundo estilo, cuando el enamoramiento está por encima del amor verdadero se tiende a tapar u obviar todos los defectos que saltan a la vista, pero que en semejante estado de éxtasis es incapaz de reconocer; es decir, muchos establecen relaciones ciegas en donde en vez de conocerse mejor, simplemente observan lo que quieren, lo que les gusta, lo que les conviene para poder aferrarse a lo que llaman amor.
 
El noviazgo y el enamoramiento mal llevados, tienden a actuar como unos binóculos: puestos al derecho maximizan las virtudes y puestos de revés minimizan los defectos.
 
En ese sentido es que se es propenso a tener una enorme deficiencia “visual” para captar adecuadamente a la otra persona como lo que es, sobre todo cuando dicha afectividad se tamiza sobre las propias razones que “la razón no entiende”.
 
Si a esto se le añade una vida sexual activa entre novios es más peligroso aún, ya que el sexo tiene poder aprehensivo y omnubilativo y se puede construir  la relación sobre falsos conceptos del otro y endebles experiencias físicas.
 
El engañoso espejismo de una vida sexual placentera y plena puede hacer creer que ésta es suficiente para el matrimonio y el amor.
 
Sin embargo, es menester saber captar otros elementos que, de no existir, harán imposible el don de sí y del otro. No se puede llegar al matrimonio únicamente conociendo cómo es el actuar de la otra persona en la vida sexual, sin haberle visto cómo se relaciona con su familia, sus amigos, el trabajo, el dinero, la frustración, el dolor, la enfermedad, etc.
 
No estamos ante cosas nimias, pues cada uno de esos elementos están integrados a la vida personal y lo estarán en la vida familiar. ¿Cómo actúa cuando está enfermo o cuando no tiene dinero? Este tipo de reacciones deben ser conocidas antes de llegar al matrimonio para no llevarse desagradables sorpresas ni terminar diciendo lo que todos al final: “te desconozco”, cosa que es cierta porque nunca se pusieron en la tarea de conocerse.
 
El verdadero conocimiento no puede darse sólo por la desnudez del cuerpo sino por el don de poder ser uno mismo ante la otra persona y ser amado como tal. El don de sí no se agota en la genitalidad puesto que la integración y acople sexual perfecto no garantizan un amor estable.
 
Como novios es importante conocerse vestidos pero desvestidos de prejuicios, de vendas emocionales y de esa manera poder llegar al Sacramento con la certeza de haber dado un paso seguro ante aquella persona que se ha elegido a pesar de sus miserias.
 
El hombre de hoy cada vez pierde más el pudor ante la desnudez física, pero le cuesta más mostrarse tal cual es ante los otros. Tapa sus emociones, oculta sus afectos, calla su dolor.
 
Por eso encontramos parejas que son excelentes amantes pero malos esposos; que el único lugar en el que son “felices” es la cama pero fuera de ella todo es una desgracia.
 
El amor verdadero no es frío ni calculador pero sabe ponderarlo todo sin maximizar ni minimizar nada; sabe sopesar con lo que puede congeniar  y con lo que no, pero sobre todo no espera ilusamente que por él (ella) la otra persona cambie.
 
Es absolutamente indispensable que se de un conocimiento lo más certero posible de la otra persona, sin pretender acapararla intelectualmente o creyendo que se puede violentar su misterio de unicidad.
 
Pero no puede haber mentiras en una relación que se fragua con miras al matrimonio puesto que la convivencia siempre quitará la venda de los ojos e irremediablemente cada quien se revelará como es. No se puede ocultar lo que somos para siempre.

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