sábado, 16 de noviembre de 2013

PREMIOS NOBEL QUE SOSTIENEN LA ARMONÍA ENTRE LA FEY LA CIENCIA.



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Enrique Chuvieco

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A veces las noticias científicas achican el corazón de algunos católicos porque creen que colisionan supuestamente con determinados aspectos del cristianismo. Es más el “boom” cultural-divulgativo que prende en la opinión pública que los argumentos científicos expuestos en uno u otro sentido, en cualquier caso inconcluyentes, sobre la existencia de Dios. Para un católico-cristiano, para un hombre, es maravilloso conocer más la naturaleza y los fenómenos de nuestro entorno y hay que alejar cualquier sospecha de que estos descubrimientos estén en contradicción con la Revelación.

Ese estar a la defensiva ha podido ocurrir con la potente inteligencia, entre otros, de  Stephen Hawking y Leonard Mlodinow y su obra El gran diseño, en el que ambos ateos proselitistas introducen la existencia del multiuniverso para argumentar la necesidad de la existencia del que formamos parte y negar la intervención divina en su creación, cuestión atractiva para los medios de comunicación, ávidos de buscar titulares espectaculares, pero afirmación que sólo se podría sostener en películas de ciencia ficción. Otra área jugosa para los periodistas son las neurociencias, actualmente en el candelero, a las que algunos llaman –como el filósofo Michele di Francesco- las portadoras de “la revolución más importante después de Galileo”.

El peso de Galileo

A mi juicio, lo que subyace en los prejuicios y planteamientos de trinchera de algunos cristianos con relación a la ciencia, es más el complejo de culpa por algunos errores cometidos por eclesiásticos durante los 20 siglos de existencia de la Iglesia y sobados hasta el desgaste en tribunas agnósticas o ateas; por ejemplo, el caso Galileo, del que ya han pedido perdón algunos pontífices. Sobre el error no hay antídoto para nadie ni antes ni ahora, del mismo modo que tampoco hay recetas. Sobre éstas, estamos muy acostumbrados a pedirlas en el mundo católico, para ahorrarnos el esfuerzo de meternos a fondo en  las cuestiones.

Actualmente, hay voces científicas discordantes que niegan la existencia  de Dios, del alma o equiparan al ser humano con cualquier animal de la escala de la vida. Saber que hablan desde su ideología nos ahorrará muchos sofocos. Además, hay otros muchos que han sido o son creyentes.

Ni a favor ni en contra de Dios

Hay que dejar clara una cuestión: la ciencia experimental no puede pronunciarse sobre la existencia o no de Dios, sencillamente porque su estudio se centra en la materia y en el modo de abordarla. Eso sí, un científico podrá decir –como así lo han hecho muchos- que lo que se conoce de ella es perfectamente compatible con la existencia de un Dios Creador y, a partir de aquí, seguirá analizando y sometiendo a la materia a pruebas para desvelarla o profundizar en sus leyes.

Decir, que muchos científicos relevantes y Premios Nobel han manifestado su creencia en un Dios transcendente desde su vivencia personal, es un aspecto recurrente, ya que hay multitud de manifestaciones al respecto. Así, Pasteur (1822–1895), uno de los tres fundadores de la microbiología, era católico practicante y afirmó: “Cuanto más conozco, más se asemeja mi fe a la de un campesino bretón”. Por su parte Einstein (1879–1955), premio Nóbel de Física 1921, diría que “La ciencia sin religión está coja, La religión sin ciencia es ciega”.

Seis años más tarde, otro Nóbel de Física, Arthur Compton, descubridor de los rayos cósmicos y de la reflexión, polarización y espectros de los rayos X, subrayó: “Para mí, la fe comienza con la comprensión de que una inteligencia suprema dio el ser al universo y creó al hombre. No me cuesta tener esa fe, porque el orden e inteligencia del cosmos dan testimonio de la más sublime declaración jamás hecha: “En el principio creó Dios”.

Más atrevido y provocador se mostró, Max Born, otro Nóbel de Física en 1954, quien calificó de “tontos” a quienes sostuvieran “que el estudio de la ciencia lleva al ateismo”. Por su parte el Nóbel de Físicas Arno Penzias (1933-), descubridor de la radiación cósmica de fondo, afirmó: “Si no tuviera otros datos que los primeros capítulos del Génesis, algunos de los Salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado esencialmente a la misma conclusión en cuanto al origen del Universo que la que nos aportan los datos científicos».

Más allá de lo que apuntamos anteriormente, llegó en su opinión Derek Barton (1918–1998), Nóbel de Químicas en 1969 cuando manifestó que no había “incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión, porque la ciencia demuestra la existencia de Dios”. En la línea provocadora de Born, hay que situar al Nóbel de Química de 1972, Christian B. Anfinsen, al tildar de “idiotas” a “quienes son capaces de ser ateos”. Desarrollador de la espectroscopia del láser, por la que obtuvo el Nóbel en 1981, Arthur Schawlow, manifestaría que “al encontrarse uno frente a frente con las maravillas de la vida y del Universo, inevitablemente se pregunta por qué las únicas respuestas posibles son de orden religioso... Tanto en el Universo como en mi propia vida tengo necesidad de Dios”, diría.

La lista llega a ser interminable. Para darle fin citaremos a dos científicos actuales: Francis Collins y William D. Phillips. El primero es director del genoma humano y ha manifestado que es “científico creyente”, porque “no encuentro conflicto entre estas dos visiones del mundo" y así lo ha dejado plasmado en su último libro, cuyo título no requiere más comentarios, El lenguaje de Dios. Con el zumbón humor inglés por montera, aunque es norteamericano, se despachó Phillips, otro Nóbel de Física en 1997 que sumar a la lista, quien refrendó lo dicho en párrafos precedentes cuando observó: “Hay tantos colegas míos que son cristianos que no podría cruzar el salón parroquial de mi iglesia sin toparme con una docena de físicos”.

Habría varias galerías más de ilustres creyentes de las ciencias (hoy parece que aludir a la ciencia experimental para negar a Dios tiene la última palabra en conversaciones de café), por lo que sólo hay que tenerle miedo a nuestra pereza para zambullirnos en cualquier aspecto de la realidad, porque a la postre será una inversión de tiempo gratificante para conocer el maravilloso mundo que nos rodea.

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