miércoles, 6 de noviembre de 2013

ELOGIO DE LA VOCACIÓN; POR AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA.



Nunca ha sido fácil descubrir la vocación y en tiempos de crisis el tema se complica porque se incrementan los candidatos, los procesos se hacen difíciles y se atiende más a las competencias instrumentales que al ánimo, entusiasmo, ilusión o energía con la que los candidatos se identifican para una determinada actividad. Al ser un bien escaso, deberíamos prestar atención a los profesionales que la tienen. Tuvimos una ocasión privilegiada el pasado miércoles en la celebración de los premios que entrega este periódico cuando buscábamos el denominador común que los unía. Es probable la redacción del periódico no tuviera en cuenta este factor cuando las distintas secciones barajaron candidatos y nombres para los premios. 


Pues bien, si repasamos el perfil de los premiados, el factor vocacional en el ejercicio de sus respectivas actividades es el denominador común que los une. Para levantar la persiana todos los días en un mercado y tener gracia para organizar los productos u ofrecer una improvisada conversación a los clientes no basta solo tener un empleo en el mercado central. La complicidad que los vendedores y gestores del mercado tienen con los clientes es el resultado de una vocación de servicio que no vemos en otras tiendas, comercios o superficies. 



Algo parecido encontramos en la familia Fayos y el entusiasmo que ponen en la gestión de actividades culturales. Quizá se vea de una forma clara en el deporte cuando un personaje como Ferrero transforma la energía juvenil de sus premios en experiencia que transmite y comparte. Aunque la vocación a la que me refiero no describe el tipo de vocación de los donantes, que es más radical y última, los profesionales de la sanidad que integran los servicios de donación no son simples técnicos o vulgares empleados. 



Si dejo a Camarena para el final no es para hacerle un guiño a la de-construcción de platos tradicionales o el ejercicio de la creatividad que la escasez culinaria exige, es porque disfruta en la cocina, hace lo que le gusta y se emociona al hacerlo. Un profesional con vocación no sólo nos ofrece su tiempo sino sus frutos, su actividad es socialmente provechosa. Genera valor no sólo porque en su actividad nos da parte de su tiempo sino porque con ella enriquece a la sociedad. Crecemos todos porque además del “dar-de-mí” individual, con la vocación se “da-de-sí” para los demás. 



Agustín DOMINGO MORATALLA 

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