sábado, 16 de marzo de 2013

NOBLES IGNACIANOS; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón




He leído con emoción el gran artículo de José Luis Martín Prieto «La raíz católica de las Pampas». Pocos españoles conocen mejor la piel y las entrañas de Argentina como nuestro barojiano colaborador. Sólo disiento de los motivos de la elección del nombre Francisco por el cardenal Bergoglio. Es verdad que ha reconocido que su inspiración ha sido Francisco de Asís. Pero también es cierto que es jesuita, y por ende, un maestro en la divina confusión. Noble y valiente militar español fue el vasco Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, que ya en sus primeros pasos enmendó y criticó muchos de los privilegios de los papas. En el valle de Loyola, entre Azpeitia y Azcoitia, un valle nueve meses melancólico y tres simplemente triste, se alza la basílica ignaciana en el solar de Íñigo. De nobilísima familia fue el navarro Francisco Javier, que renunció a sus comodidades para convertirse en el más incansable de los misioneros, y al que la muerte le impidió alcanzar su sueño, que no era otro que las tierras de China. Las conquistó con la mirada, que no con la mano, allí, inmediatas pero inalcanzables. Y noble, el más pobre y andrajoso de los primeros jesuitas, fue Francisco de Borja, duque de Gandía, intelectual profundo, firme y flexible como una espiga. Séame perdonada una opinión. Dentro de los espacios misteriosos de la santidad, mucho más santo es el que todo lo tiene y a todo renuncia por Dios, que aquel que ninguna riqueza terrenal posee y a nada debe renunciar. Me ha salido mi esquina elitista. La Compañía de Jesús se fundamentó en santos héroes de familias nobles que interpretaron la victoria de las armas a través del triunfo del amor y la pobreza. De ahí que me resista a creer que el Papa Francisco no se haya dejado llevar por las influencias de Javier y de Borja para elegir su nombre. Lo de San Francisco de Asís queda muy bien, por su popularidad, la belleza pausada de su vida y su condición de ecologista adelantado a los tiempos. Y la aplicación de su influencia a la elección del nombre ha sido una brillante «jesuitada» del Santo Padre para hacerse con el personal sandía, que es numeroso y de fácil contento.
He conocido a jesuitas formidables. Ninguno ha superado al padre Ramón Ceñal, con cuatro hermanos asesinados en los últimos tramos de la Segunda República por el Frente Popular de socialistas y comunistas. Traductor de Kant, frágil y fuerte, culto hasta el infinito, bondadoso como nadie. También renunció a todo lo que tenía para estar junto a Dios. Familia de marinos. José Antonio Muñoz Rojas así lo define en su libro «Amigos y Maestros». «Humilde se creía avena en los trigos, cuando era el trigo más limpio y rico del campo. Flaco, podía con todas nuestras carencias. Débil, con nuestras flaquezas. Siempre nos preguntamos como aquel cuerpecillo de nada alimentaba tal fuerza de espíritu».
Los jesuitas han estado siempre con los pobres y los desamparados. En ocasiones, usando la violencia como muchos teólogos de la Liberación, que el Papa deplora, y con sacerdotes vascos que han justificado el asesinato de los justos en beneficio de su aldea terrenal. Pero el origen jesuítico es el de la nobleza que renuncia a todo para abrazar la pobreza. Hasta pocos años atrás, el portero de la parroquia de San Francisco de Borja en Madrid recibía amablemente a todos los visitantes. Y hacía de telefonista. Vestía con un mono descolorido. No era sacerdote. Ni hermano. Era un Grande de España.

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