En mis años tribales de la infancia, mi tribu era la Merengue y la adversaria, la Colchonera
Ningún espectáculo de masas es más tribal que el fútbol. Los grandes guerreros de la tribu compiten con los de la tribu contraria mientras son acompañados por los cánticos, los alaridos, los aplausos y los berrinches decepcionados de quienes adoran a sus héroes. El pasado sábado se enfrentaron las dos grandes tribus de Madrid, que llevan más de un siglo guerreando. En sus primeros años de existencia, los contendientes, al finalizar la guerra de noventa minutos, se iban juntos a celebrar el armisticio a casas de cita con mujeres de pago. Así lo contó el Gran Jefe de la tribu blanca, Santiago Bernabéu, mientras el Gran Jefe de la Tribu metropolitana, Vicente Calderón, se moría de risa. Los gestos de los futbolistas cuando marcan un gol son peticiones de clamor y reconocimiento de los suyos. Miran al cielo, se golpean el pecho, buscan los abrazos y vuelven al centro del campo de batalla levitando de satisfacción bélica para continuar la batalla.
En mis años tribales de la infancia, mi tribu era la Merengue y la adversaria, la Colchonera. El dulce blanco y las tiras rojiblancas de los colchones desnudos. Se decía que los merengues representaban a la clase media-alta y los colchoneros a los ímpetus más populares, pero es leyenda urbana. Siempre se entremezclaron los estratos sociales en las tribus futboleras. Al cabo de los años, los merengues se convirtieron en vikingos, y todavía me pienso el motivo del cambio de apodo. Quizá, la cabellera rubia de Di Stéfano, el más grande de los guerreros de todas las tribus del mundo. Es curioso, pero en el Real Madrid, los rubios han triunfado con facilidad. Di Stéfano, Molowny, Kopa, Santamaría, Netzer, Beckham, Butragueño, Martín Vázquez. Ahora no se atrevería a decirlo, pero el Gran Jefe Blanco no gustaba de los futbolistas negros, a excepción de Pelé que fue su sueño imposible. Cuando Di Stéfano, Puskas y Gento convencieron a Eusebio, la maravilla de la tribu del Benfica, que se viniera al Real Madrid, Bernabéu los despidió con cajas destempladas: «En el Real Madrid no quiero a negros ni a jugadores con bigote». Al poco tiempo, fallido Pelé y ya imposible Eusebio, Bernabéu contrató a un negro con bigote, Didí, que no encajó en el sistema tribal. Si, en cambio, en la tribu contraria, donde aún se habla de Ben Barek y se recuerda a Pereira y Hasseilbank. También cambió de nombre la tribu atlética, y pasó de colchonera a india. Sencilla explicación. Fue en tiempos de la presidencia de Jesús Gil y Gil. Los indios acampaban junto al río –el Manzanares–, odiaban al blanco –el Real Madrid–, y su jefe se llamaba «Caballo Loco».
En el resumen de sus largas historias guerreras, la tribu blanca ha ganado mucho más que la rojiblanca, también gloriosa en las guerras de cada año, y ello ha creado un clima de excitación más acusado en los indios que en los vikingos. El rojiblanco tiene más manía al blanco que viceversa, y en este periódico se sabe mucho de ello, porque casi todos los redactores de Deportes y muchos de sus columnistas son rematadamente indios.
Quien escribe, a sus años, ha perdido la pasión de la tribu. Moriré blanco, pero sin estridencias. Y me declaro admirador del brujo actual, que viene de una tribu portuguesa y dice siempre lo que piensa. No me gustan los brujos que presumen de bondades de las que carecen. El sábado, una vez más, ganó la batalla la tribu blanca. No desesperen mis queridos rivales atléticos. Las tristezas también se duermen, incluso en el fútbol.
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