domingo, 11 de noviembre de 2012

LOS POBRES QUE ENRIQUECEN.



XXXII Domingo del Tiempo ordinario


En estos tiempos en que la crisis económica golpea sin piedad a los más débiles y se producen situaciones de profundo dolor y dramatismo, también contemplamos, con frecuencia, gestos de solidaridad que llegan a conmover el corazón; gestos que se concretan, por ejemplo, a través de donativos de personas que viven con una pensión modesta, o con recursos más que limitados, pero que son conscientes de que hay otras personas que están atravesando una situación mucho más difícil que la suya, y son capaces de compartir sus bienes, aunque éstos sean reducidos.
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús en el Templo, alertando a la gente sencilla sobre la hipocresía de algunos de aquellos letrados y dirigentes religiosos que se distinguían sobre todo por el afán de figurar, por la avaricia a costa de los más débiles y por una religiosidad poco auténtica, y que, además, estaban obsesionados por parecer los mejores. Observa asimismo a la gente que deposita dinero en el cepillo del templo. Los hay que disponen de muchos bienes y echan en cantidad, mostrando su generosidad con una cierta ostentación. Pero Jesús elogia a una viuda que entrega dos pequeñas monedas, porque ella está dando de lo que necesita para vivir y no de lo que le sobra, y por eso se puede decir que, en proporción, su donativo y su generosidad son superiores.
Vivimos en una sociedad materialista y consumista en la que el discípulo de Jesús se ha de posicionar de manera clara en relación a los bienes materiales. No cabe otra respuesta que una opción decidida por un estilo de vida austero, más aún, por la pobreza de espíritu que se inspira en el mismo Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. El pobre de espíritu que pone la confianza en Dios, cada vez necesita menos de los bienes materiales y cada vez necesita más compartir sus bienes con los hermanos necesitados. Por el contrario, el que pone su confianza en el dinero, cada vez se torna más egoísta e insaciable, atrapado por su codicia.
Hoy el Señor nos alerta sobre los peligros de la riqueza y sobre la tentación del fariseísmo, que tan a menudo nos acecha. También nos invita a ser humildes, austeros y solidarios. A lo largo de la vida, se va dando como un proceso de decantación en el que no tienen cabida ni las medias tintas ni los equilibrios imposibles. Será preciso vivir en medio de nuestro mundo con reciedumbre y firmeza, fundamentando la vida en el Señor; y, a la vez, con la sencillez, el gozo y la paz de quien pone su confianza en Dios y en los hermanos con los que comparte el camino.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

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