miércoles, 14 de noviembre de 2012

"DESDE VILLALUENGA".


La tarde-noche del viernes pasado hacía muy buena temperatura, con agrado e ilusión nos encaminamos a la presentación del cartel de la Navidad que realizó mi querido amigo y hermano D. José Carlos Fernández Moscoso. Yo iba con chaqueta y corbata, lo cual no es raro en mí, y llevaba un chaquetón por si hacía más frío. No me hizo falta. 

Una vez terminado el acto nos dispusimos a volver a casa. En el trayecto pensábamos lo que íbamos hacer este fin de semana en Villaluenga del Rosario. Que si la leña, que si hablar con Elena, que si... 

Serían sobre las doce de la madrugada, estábamos viendo un poco la televisión, empezó a diluviar de forma torrencial. ¡Se nos cambió el semblante! Veíamos que nuestros deseos de irnos y pasar el fin de semana en nuestro pueblo se iba diluyendo como el agua que caía del cielo. 

Toda la noche estuvo lloviendo con tal intensidad. Os puedo decir que me despertó en varias ocasiones el ruído de la lluvia chocando contra las tejas de mi casa y a las seis de la mañana me desvelé por causa del profundo desagrado que tenía porque ya casi había asumido que no podríamos irnos a Villaluenga. 

A las ocho de la mañana, cuando nos levantamos, abrimos las ventanas y se veían algunas tercas nubes aunque por otro lado grandes claros y unos rayos incipientes de sol nos hacía alumbrar vagas esperanzas de que nuestro sueño se cumpliera. 

Una hora más tarde ya el sol y el cielo con un celeste vivo reinaba en las alturas. Como nosotros tenemos nuestra casa del pueblo habilitada para vivir solo tuvimos que coger unas cuantas cosas más necesarias e imprescindibles. Eran las diez y cuarto de la mañana cuando cogíamos carretera, manta y kilómetros que nos llevarían a nuestro encuentro con la tranquilidad. 

En una hora y poco más estábamos ya en nuestra casa. Fuimos a la panadería para hablar con nuestra casera y vecina, nuestra querida Elena Olmo, llamamos a Mateo para que nos surtiera de buena leña y después de todo lo que teníamos que hacer abandonamos las paredes de nuestro hogar en la Sierra para irnos a almorzar al Casino que está regentado por Fernando. Esta vez no estaba él pues tenía otros asuntos que tratar en Ubrique aunque el negocio lo tenía perfectamente atendido Alex. Comimos espléndidamente una tapa de queso payoyo, unas albóndigas con patatas y una media ración de croquetas de espinacas, que estaban buenísimas,  regado con un refresco de cola, para Hetepheres, y una buena copa de rioja para mí. No hubo postre, ni ganas de tomarlo porque allí la comida es generosa y exquisita. La llamada nueva cocina no ha llegado a la sierra y ni falta que hace. 

Como el cielo estaba algo nuboso, hacia un grato frescor y, sobre todo, estábamos muy cansados por lo poco que dormimos la noche anterior nos fuimos a dar un paseo para bajar la comida. Recorrimos todo el pueblo, llegamos hasta el Calvario y nos pudimos llenar con las vistas que desde allí se divisaban, luego cogimos por un camino hasta llegar a un rebaño de las famosas cabras payoyas y estuvimos observando y comentando su comportamiento. ¡Qué fácil es ser féliz con tan poco y con cosas tan sencillas! 

Sobre las cinco y cuarto de la tarde llegamos a casa y nos propusimos encender la chimenea utilizando la leña de encina que nos habían traído por la mañana. Se puede decir que ya vamos cogiéndole el tranquillo porque no nos costó demasiado que el que la madera prendiera y pronto el calor invadiera el salón de la casa con su inconfundible olor. 

Nos sentamos en nuestros sillones y nos dispusimos a leer en el calor de hogar que nos rodeaba. Sin ser plenamente consciente del tiempo que había transcurrido, mientras devorábamos los periódicos y los libros que cada uno está leyendo. Hetepheres uno de historia y yo uno referente al tema de mi investigación, cuando nos quisimos dar cuenta ya el sol había desaparecido detrás de la majestuosa montaña que está frente a las casas del bello pueblo gaditano. 

El calor nos penetraba, la chimenea encendida y cumpliendo eficazmente su función, las páginas de nuestros libros eran “devoradas”, el ritual de la lectura solo era interrumpida por amenas conversaciones, recuerdos, bromas porque cuando Hetepheres y yo estamos juntos todo lo demás nos sobra. Acompañaba fielmente a esta liturgia de rico esparcimiento una copa de buen Brandy de Jerez cuya copa estaba cercana a la lumbre y tenía esa pizca de calor que necesita el brandy para que su sabor y cuerpo estalle en el paladar. La escena no podía ser más idílica para personas, como nosotros, que no buscan ya más allá, que  no quieren ni reconocimientos, ni alabanzas, ni primeros sitios, ni nada de los que nos viene ofreciendo esta Sociedad cada vez más absurda y alejada de toda coherencia de vida y espiritualidad, tan vacía y lejana de lo sencillo y hermoso, tan separada de la mirada de Dios. Todo lo bello y sublime es fácilmente olvidado por aquellos que solo contemplan su propio "yo".

Hetepheres hablaba por el móvil con una amiga y yo estaba en mis perdidas meditaciones cuando de repente sonó el timbre de la casa. Era Elena que nos traía unas ramitas de encina para que la chimenea prendiera bien. Estuvo un poco con nosotros explicando recetas culinarias que desde siempre se han hecho en los pueblos, donde todo adquiere la naturaleza de lo auténtico. 

Una vez se marchó, el silencio, el crepitar del fuego, el color vivo de las ascuas, el penetrante y cálido olor a leña quemada volvió a instalarse en nuestras vidas. La oscura noche se había adueñado del cielo y del paisaje y solo se veian las calles iluminadas,  coquetas casas y la espadaña y campanario de la Iglesia. 

Después de tomar algo para la cena nos acostamos para dormir un profundo sueño solo roto por el más sepulcral de los silencios. 

El domingo nos levantamos pronto, después de arreglar la casa, ducharnos y vestirnos nos fuimos a desayunar a nuestro sitio favorito: El casino. Esta vez si estaba Fernando con unos vecinos del pueblo con los cuales entablamos una amena conversación. Un buen café, un té y dos generosas rebanadas de pan de campo sirvió como “frugal” desayuno.  Tras salir del Casino nos encaminamos a la panedería Ntra. Sra. del Rosario, que regenta Pepi, para comprar un suculento tocino de cielo que hacen ellos y después nos encontramos con muchos vecinos a los que saludamos, charlamos y nos contaron casos y cosas de Villaluenga del Rosario. 

Para finalizar la mañana nos dimos un buen paseo por el camino que rodea al pueblo, cerca de hora y media caminando acompañados de un paisaje extraordinario, percibiendo un rico frescor y respirando un aire tan puro que, al principio, molesta hasta en los pulmones. Estamos tan viciados de respirar tanta porquería que cuando nos encontramos con la naturaleza pura y dura nuestro cuerpo reacciona como si un elemento extraño entrara dentro de nosotros. ¡Es tan beneficioso todo lo que rodea el vivir en un pueblo! 

Cuando llegamos a casa; un poco de lectura, almorzar y prepararnos para coger el camino de vuelta hacia Jerez. Volver, con la frente marchita, de nuevo a las obligaciones, al estrés, a los compromisos, a una agenda repleta, al día a día. 

Por eso cuando los días de la semana van pasando se encienden todas nuestras alertas porque necesitamos pasar la necesaria ITV en Villaluenga del Rosario. Todo es distinto cuando tras volver del pueblo nos enfrentamos a otra nueva semana porque lo hacemos con más energías, más fuerzas y con la ilusión de que llegue el fin de semana que nos devuelva al remanso de paz y tranquilidad allá en la Sierra, allá en las montañas donde está un pequeño pueblo blanco que es coqueto y rico en matices: Villaluenga del Rosario.

1 comentario:

  1. Qué relato tan entrañable y llevo de amor de una maravillosa realidad... Disfruta de ella, amigo. Un abrazo de tu hermano José Carlos.

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