Veo-veo
Uno se ha pasado la vida leyendo a Chesterton, a Borges y a Whitman para exultar con la infinita variedad del mundo y sus dones, y aunque no se arrepiente ni de un minuto de esas horas de lectura, no eran tan necesarias. Basta jugar al veo-veo en un viaje en coche. Aunque te den la pista de la inicial, qué difícil es adivinar. ¡Hay tantísimas posibilidades que de golpe y porrazo se te presentan! Entra vértigo. Si no me creen, hagan la prueba. Y hablamos sólo de un breve viaje en coche por una monótona autovía que atraviesa un paisaje plano y árido. Si el campo de juego fuese —como es— el mundo entero, el vértigo es ya metafísico.
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