jueves, 5 de abril de 2012

LA CELEBRACIÓN DE LA SEMANA SANTA, COSTUMBRE DE FE Y LITURGIA MILENARIA.

Iglesia | La Gaceta


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    Un Cristo crucificado en una procesión. | EFE
    DOS MIL AÑOS DE LUZ

    La celebración de la Semana Santa, costumbre de fe y liturgia milenaria

    05 ABR 2012 | ITXU DÍAZ
    Esta celebración central del cristianismo que tiene lugar hoy en día conserva casi intacto su contenido y simbología original, cuando en torno al siglo II los primeros cristianos comenzaron a llevarla a cabo.
  • Tras la Cuaresma, la Semana Santa, que reúne en España tradición, fe y cultura, en una amplia agenda de oficios y actos religiosos que repasan cada pequeño detalle de la Pasión de Cristo.Los primeros cristianos comprendieron pronto la importancia de cumplir el mandato del Señor, y celebrar su Resurrección. Al principio lo hacían en la asamblea eucarística pascual convocada en domingo, el primer día de la semana, y poco después, en torno al siglo II -aunque algunas fuentes aseguran que se reserva cada año un domingo de Pascua de Resurrección desde el 50 d. C.-, en una celebración especial anual destinada a la gran fiesta de Pascua de Resurrección.
    Poco tardó después la Iglesia primitiva en terminar de incorporar las celebraciones litúrgicas que conforman hoy el Triduo Pascual, sumándose la misa vespertina de la última cena y el oficio y ayuno del viernes y sábado previos a la Vigilia Pascual. Tal vez, las primeras referencias a estos días de ayuno y penitencia las encontramos en Dionisio de Alejandría, que en torno al año 260 d. C. menciona a cristianos que pasan seis días de severo ayuno, en una costumbre proyectada hoy en nuestra Cuaresma, a la espera de las celebraciones de la Pasión y Resurrección del Señor.
    La tumba de Lázaro
    Si seguimos el relato evangélico, la cena de Betania, tras la resurrección de Lázaro, anticipa la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén, que es lo que actualmente se conmemora el Domingo de Ramos, con las palmas y laureles. Lo ocurrido posteriormente en la Pasión está documentado por las Escrituras, pero no es fácil precisar con exactitud en qué momento la Iglesia comenzó a celebrar cada uno de los oficios de Semana Santa. No hay un momento exacto, pero sí abundante documentación y referencias que ponen de manifiesto la importancia de estas solemnidades en los primeros siglos de cristianismo.
    En el año 329 d. C, san Atanasio de Alejandría hace alusión también al estricto ayuno que se vivía en los seis días de la Semana Grande. “El décimo día de Pharmuti”, escribe, “comenzamos la semana santa de la gran Pascua, en la que debemos observar oraciones más prolongadas, ayunos y vigilancia, para que podamos ungir nuestros umbrales con la preciosa sangre y escapar del destructor”.
    Los textos de la viajera y escritora Etheria, descubiertos en 1884 en la Biblioteca de la Cofradía de Santa María de Laicos del municipio italiano de Arezzo, arrojan luces interesantes sobre cómo se celebraba la Pasión en los primeros siglos después de Cristo. En su relato Itinerarium ad Loca Sancta, Etheria narra en primera persona su visita a los Santos Lugares, en un viaje que tuvo lugar entre los años 381 y 384. Concebido como el diario de una viajera, su relato cobra especial importancia para los católicos de todos los tiempos, cuando se detiene a describir cómo se lleva a cabo la liturgia en Tierra Santa en los oficios de las fiestas de Semana Santa.
    Según el Itinerarium ad Loca Sancta, hacia el final del siglo IV, la Semana Santa comenzaba el sábado con el ritual en el Lazarium, la tumba de Lázaro, en Betania. Consta por otras fuentes que ya a principios del siglo IV la cueva en la que fue sepultado Lázaro, y donde fue resucitado por Jesús, se mostraba a los peregrinos con devoción. Tanto san Jerónimo como la peregrina Etheria constatan la existencia de una iglesia alzada en el mismo lugar donde se produjo la resurrección de Lázaro, en la que podrían llevarse a cabo las celebraciones que anticipaban el inminente comienzo de la Semana Santa, entonces referida como la Gran Semana. En estos ritos se leía la narración de la unción de los pies de Cristo.
    Todos comulgaban
    El domingo -hoy Domingo de Ramos- se celebraba la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que reunía a grandes multitudes en el monte de los olivos. El rito incluía cánticos de himnos y antífonas y varias lecturas, y concluía con una procesión a Jerusalén, en la que los fieles acompañaban al obispo portando palmas y olivos.
    Aunque el diario de Etheria incluye otros ritos y celebraciones para el Lunes, Martes y Miércoles Santo, nos detenemos ahora en el relato del Jueves Santo, día en que comienza actualmente el Triduo Pascual. En el año 381 los fieles acudían a media tarde a la celebración de la liturgia, en la que todos comulgaban. Posteriormente se dirigían al monte de los olivos, donde revivían con lecturas e himnos el dolor, la agonía y prendimiento de Cristo. Al amanecer del viernes, los cristianos regresaban a la ciudad, tras una larga noche de oración. Los más jóvenes, tanto sacerdotes como laicos, guardaban vigilia durante toda la madrugada.
    El Viernes Santo todo giraba en torno a las reliquias de la Pasión de Jesús. Antes del mediodía veneraban los restos de la cruz -y del letrero que había clavado en ella- en la que Cristo había muerto crucificado casi 400 años antes. Posteriormente tenía lugar otro rito que conmemoraba toda la Pasión de Cristo, que duraba unas tres horas. Según el relato de Etheria, resultaban estremecedores los llantos y lamentos de los asistentes. Ya el Sábado Santo se celebraba la gran vigilia pascual, de la que existe constancia al menos desde tiempos del emperador Constantino I.
    Esta semana de celebraciones que relata Etheria en su viaje a Tierra Santa podría haberse extendido en torno al siglo IV al resto del mundo, aunque vividas de otra manera, tal y como se desprende de los escritos de san Crisóstomo entre otras fuentes.

    Muchas de las primeras huellas litúrgicas relatadas por la peregrina Etheria en el siglo IV se han mantenido casi en su forma original hasta nuestros días. Es el caso de la procesión del Domingo de Ramos, donde los fieles acuden al templo central con palmas y laureles, o el rito de adoración de la cruz que se realiza el Viernes Santo.
    En la Vigilia Pascual del sábado por la noche, los dos elementos centrales, el fuego y el agua, permanecen desde los primeros siglos. No en vano, la luz y el agua son los elementos comunes del bautismo, que tradicionalmente -y todavía hoy- se recibía durante la celebración litúrgica del Domingo de Resurrección.
    Aunque la bendición del cirio pascual está tradicionalmente relacionada con Constantino I, que mandaba encender una columna de cera la noche de Pascua, el ritual del fuego puede haber sido incorporado a la liturgia católica en torno al siglo VIII procedente de costumbres célticas. Parte de la ceremonia gira en torno al bautismo de los catecúmenos que habían sido preparados durante toda la Cuaresma, mientras que, en opinión del sacerdote e investigador Herbert Thurston, el solemne pregón pascual partió inicialmente de una improvisación del diácono que comenzó más allá de tiempos de san Jerónimo.
    Obra de redención
    El hecho de que la celebración tenga lugar de noche no resulta un asunto menor. El propio san Agustín en sus sermones recuerda que la Vigilia Pascual debe comenzar al anochecer del sábado o terminar justo antes de que amanezca el domingo. No en vano, buena parte de esta solemnidad sustenta su representación en el paso de la oscuridad a la luz, de la muerte de Cristo a la resurrección del Salvador, dando un sentido definitivo al hombre y cerrando el círculo del cristianismo. “Esta obra de la redención humana”, concluye el Concilio Vaticano II, “y la perfecta glorificación de Dios la realizó Cristo principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección y gloriosa ascensión”.
    Aunque en cierto modo aparezcan como rito religioso en el Antiguo Testamento, debido a las persecuciones contra los cristianos no es posible imaginar que las procesiones se produjeran como tales en los primeros siglos del cristianismo, al menos fuera de los lugares reservados al culto. La excepción la encontramos en las actas de los martirios de san Cipriano y otros muchos mártires, que fueron trasladados en procesión hasta su sepulcro, aun en plena persecución contra los cristianos.
    Están bien documentadas algunas procesiones producidas en la Edad Media. La expansión de las órdenes mendicantes, con su empeño por acercar la fe al pueblo, propició la aparición de numerosas imágenes religiosas y representaciones teatrales -autos sacramentales-, en lo que se considera un anticipo de la tradición de las procesiones cristianas en la calle. Pero el gran impulso a estas manifestaciones cristianas no llegaría hasta el Concilio de Trento (1545), que reacciona con un gran respaldo a estas prácticas en respuesta a la ofensiva de los protestantes contra esta arraigada costumbre de fe.

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