lunes, 9 de abril de 2012

EL CRISTIANO AUTÉNTICO NUNCA PUEDE ESTAR TRISTE.


Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Juventud, Domingo de Ramos

¡Alegraos siempre en el Señor! es el lema de la Jornada Mundial de la Juventud 2012, celebrada el Domingo de Ramos, y Benedicto XVI ha escrito una vibrante reflexión sobre la verdadera felicidad. «La Iglesia -les recuerda el Papa a los jóvenes- tiene la vocación de llevar la alegría al mundo». Éste es un extracto del Mensaje:

Hay un vínculo estrecho entre la comunión
y la alegría
. Jóvenes durante la celebración
del Domingo de Ramos, junto al Papa
El recuerdo del encuentro de Madrid, el pasado mes de agosto, sigue muy presente en mi corazón. Doy gracias a Dios por los muchos frutos que ha suscitado en aquellas jornadas y que, en el futuro, seguirán multiplicándose entre los jóvenes y las comunidades a las que pertenecen. Ahora vamos ya hacia la próxima cita, en Río de Janeiro, en el año 2013, que tendrá como tema ¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!
Este año, el tema de la Jornada Mundial de la Juventud nos lo da la exhortación de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses:¡Alegraos siempre en el Señor! La alegría es un elemento central de la experiencia cristiana. También experimentamos en cada Jornada Mundial de la Juventud una alegría intensa, la alegría de la comunión, la alegría de ser cristianos, la alegría de la fe. Ésta es una de las características de estos encuentros. Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y fiabilidad de la fe cristiana.
La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera. En el difícil contexto actual, muchos jóvenes en vuestro entorno tienen una inmensa necesidad de sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y esperanza.
Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar sabor a la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo descubrimiento de la vida.
¡Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro! Y si miramos con atención, ¡existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales, la sensación de ser útiles para el prójimo, la adquisición de nuevos conocimientos...!
Pero cada día hay tantas dificultades, que nos podemos preguntar si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no es quizá una ilusión y una huida de la realidad. Hay muchos jóvenes que se preguntan: ¿Es posible la alegría plena? Esta búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como erróneos, o por lo menos peligrosos. Pero, ¿cómo podemos distinguir las alegrías verdaderamente duraderas de los placeres inmediatos y engañosos? ¿Cómo podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos abandona ni en los momentos más difíciles?
La fuente de la alegría
En realidad, todas las alegrías auténticas tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la Historia, soy amado personalmente por Dios.
Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. El encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la salvación. En la hora de la Pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él.
¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la alegría profunda, de la alegría espiritual? Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola a Jesucristo; es el camino para tener la paz y la verdadera felicidad. Aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Sabed que jamás os abandonará. Un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él.
La alegría del amor
La alegría está íntimamente unida al amor; ambos son frutos inseparables del Espíritu Santo. El amor produce alegría, y la alegría es una forma del amor. La Beata Madre Teresa de Calcuta, recordando las palabras de Jesús:Hay más dicha en dar que en recibir, decía: «La alegría es una red de amor para capturar las almas. Dios ama al que da con alegría. Y quien da con alegría da más».
Amar significa constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos. Y esto, en primer lugar, con las amistades. Nuestros amigos esperan que seamos sinceros, leales, fieles, porque el verdadero amor es perseverante también, y sobre todo en las dificultades. Y lo mismo vale para el trabajo, los estudios y los servicios que desempeñáis. La fidelidad y la perseverancia en el bien llevan a la alegría, aunque ésta no sea siempre inmediata.
Para entrar en la alegría del amor, estamos llamados a ser generosos, a comprometernos a fondo, con una atención especial por los más necesitados. El mundo necesita hombres y mujeres competentes y generosos, que se pongan al servicio del bien común. Esforzaos por estudiar con seriedad; cultivad vuestros talentos y ponedlos desde ahora al servicio del prójimo. Buscad el modo de contribuir, allí donde estéis, a que la sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra vida esté impulsada por el espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder, del éxito material y del dinero.
Una alegría especial es la que se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al Señor. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la llamada de Cristo a la vida religiosa, monástica, misionera, o al sacerdocio. Tened la certeza de que colma de alegría a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su invitación a dejar todo para quedarse con Él y dedicarse con todo el corazón al servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que Él regala al hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su Iglesia.
Quisiera mencionar un tercer elemento para entrar en la alegría del amor: hacer que crezca en vuestra vida, y en la vida de vuestras comunidades, la comunión fraterna. Hay un vínculo estrecho entre la comunión y la alegría. Empleaos a fondo para que las comunidades cristianas puedan ser lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y cuiden unos a otros.
La alegría de la conversión

Los cristianos son hombres y mujeres
verdaderamente felices, porque se saben
sostenidos por Dios
Para vivir la verdadera alegría también hay que identificar las tentaciones que la alejan. La cultura actual lleva, a menudo, a buscar metas, realizaciones y placeres inmediatos, favoreciendo más la inconstancia que la perseverancia en el esfuerzo y la fidelidad a los compromisos.
Los mensajes que recibís empujan a entrar en la lógica del consumo, prometiendo una felicidad artificial. La experiencia enseña que el poseer no coincide con la alegría. Hay tantas personas que, a pesar de tener bienes materiales en abundancia, a menudo están oprimidas por la desesperación, la tristeza y sienten un vacío en la vida.
La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello, nos ha dado las indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos. Cumpliéndolos, encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a primera vista puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a la libertad, si los meditamos más atentamente a la luz del mensaje de Cristo, representan un conjunto de reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a una existencia feliz. Cuántas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la desilusión, a la tristeza y al sentimiento de derrota. Pero aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger.
Queridos jóvenes, ¡recurrid a menudo al sacramento de la Penitencia y la Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdón a Dios acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Señor os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de su alegría: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte.
Puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible vivir de verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida, especialmente las más dolorosas y misteriosas.
La alegría en las pruebas
La joven Chiara Badano (1971-1990), recientemente beatificada, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor y estar habitado por la alegría. A menudo repetía: «Jesús, si Tú lo quieres, yo también lo quiero».
El cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las pruebas más duras. La alegría cristiana no es una huída de la realidad, sino una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades cotidianas. Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es el amigo siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se encuentra la alegría.
Para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Hay que compartir la alegría. Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo.
A veces se presenta una imagen del cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. Sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevad a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís. Veréis que es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la salvación para vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los corazones.

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