jueves, 5 de abril de 2012

DETENCIÓN, PROCESO Y CRUCIFIXIÓN DE JESÚS DE NAZARET.



Ecclesia Digital.


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Escrito por José Barros Guede   
jueves, 05 de abril de 2012
La vida Jesús de Nazaret, fundador del Cristianismo, es la historia de una persona divina que pasa por esta vida predicando el amor filiar a Dios Padre y el amor fraterno universal a los humanos, curando enfermos y resucitando muertos, es víctima de la conspiración de los pontífices Anás y Caifas, de los ancianos, fariseos y escribas, traicionado por Judas, detenido por orden de Caifas, sumo pontífice aquel año, negado por su discípulo Pedro, abandonado por el resto de sus discípulos, sometido a un proceso injusto e ilegal en el que es condenado a muerte por el Sanedrín judío presidido por Caifás y crucificado cobardemente por mandato de Pilatos a petición de los citados pontífices y de más personal presente, siendo inocente, justo  y bueno.
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          Los pontífices Anás y Caifás, los ancianos, fariseos y escribas conspiran contra Jesús de Nazaret acusándole de seducir al pueblo judío, al ver su gran poder político que tenía sobre él por sus predicaciones del Reino de Dios, por sus curaciones milagrosas de las enfermedades, por sus resurrecciones milagrosas de los muertos y por sus fuertes críticas llamándoles: “Hipócritas, serpientes y raza de víboras, llenos de rapiñas y codicias, que ni entran ni permiten entrar a otras personas en el Reino de los Cielos”.
 Reunidos el miércoles, dos días antes de la Pascua judía, en casa del pontífice Caifás, éste les propone: “Es necesario que uno muera por el pueblo”. Acuerdan, entonces, detener a Jesús de Nazaret, procesarle, someterle a un juicio sumarísimo, en el que por medio de testigos falsos y por sus propias confesiones puedan acusarle de blasfemias contra la ley mosaica, y de este modo poder condenarle a muerte y conseguir que el Poncio Pilato, gobernador romano, ordene su ejecución en la cruz. Para ello buscan la manera de detenerlo y prenderlo.
 Judas Iscariote, uno de sus discípulos y encargado de la bolsa de las limosnas, se ofrece entregarlo a ellos por treinta monedas de plata, oferta que aceptan, abonándole lo convenido. En la noche del miércoles al jueves del 2 del mes de abril, Judas Iscariote acompañado de un tropel de hombres y servidores de los pontífices Anás y Caifás portando espadas, antorchas y linternas se encaminan al huerto de Getsemaní para detenerle y prenderle. Les advierte: “Aquel a quien yo bese, ése es, prendedle”. Jesús se hallaba orando a Dios Padre para que le diese fuerzas para beber el cáliz de su pasión y muerte, mientras sus discípulos dormían. Los despierta, se levantan y les dice: “Se acerca la hora en que van entregarme”.
 Llegados de noche al Getsemaní, Judas saluda y  besa a Jesús que le dice: “Amigo, ¿es esto a lo que has venido”?. Les pregunta por tres veces: “¿A quién buscáis?”. Le responden: “A Jesús de Nazaret”. Entonces, Pedro corta la oreja de uno de los de la turba con una espada. Jesús le amonesta ordenándole envaine la espada, y dice  a la turba: “Si me buscáis a mí, dejar marchar a éstos.” Le detienen, prenden y le llevan atado a casa  de Anás, suegro de Caifás y viejo zorro político, que fue antes y será después sumo sacerdote judío durante muchos. Este le remite a su yerno Caifás, sumo sacerdote aquel año.  Los discípulos le abandonan.
Ante el Sanedrín, compuesto por Anás y Caifás, los ancianos y los fariseos reunidos en casa de Caifás, comparecen dos judíos servidores del Templo de Jerusalén como testigos preparados de antemano, que afirman  haberle oído decir a Jesús : “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en dos días”. Destruir el Templo de Jerusalén es una blasfemia castigada con pena de muerte por la ley judía.  Entonces, Caifás se levanta y le pregunta a Jesús: “¿Qué respondes?”, pero Jesús se calla. Caifás le dice: “Te conjuro por Dios vivo, nos digas si tu eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Le responde: “Tú lo has dicho y verás al Hijo del Hombre sentado a la derecha de Dios Padre”. Caifás rasga las vestiduras y dice: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de testigos? ¿Qué os parece? ”.
 El Sanedrín presidido por Caifás, a excepción de José de Arimatea que esperaba el Reino de Dios, le condenan a muerte con las siguientes palabras: “¡Reo es de muerte!”. Le escupen en la cara, le abofetean y algunos burlándose le golpean.  Una mujer acusa a Pedro, que se hallaba camuflado en el patio de casa de Caifás, de ser su discípulo, pero él lo niega por tres veces manifestando: “No se lo que dices, no conozco a ese hombre”. El gallo canta y se acuerda de lo que le había dicho Jesús: “Antes de que el gallo cante, me negará tres veces”. Entonces, sale a fuera del patio y llora amargamente.
 Al amanecer del viernes, día 14 del mes de nisán (3 de abril) del año XXVIII de la Era cristiana, los pontífices Anás y Caifás y los escribas determinan matar a Jesús de Nazaret. Le llevan atado al pretorio para pedir su ejecución al gobernador romano,  Poncio Pilato, porque ellos no tenían dicho poder. El Sanedrín podía condenar a muerte, pero no podía ejecutarla, ya que estaba reservada al gobernador romano. El pretorio era el antiguo palacio del rey Herodes el Grande que se hallaba junto a la torre Antonia. Ahora lo ocupaba el gobernador romano cuando venía de Cesarea a Jerusalén, que solía hacerlo unos días antes de la Pascua judía.
El Sanedrín había condenado a muerte a Jesús de Nazaret por una causa religiosa, llamarse: “Mesías e Hijo de Dios y poder destruir el Templo de Jerusalén”. Sin embargo, Anás y Caifás y sus secuaces le acusa ante Pilatos de una causa política: “Sublevar al pueblo judío contra el César, de prohibir sus tributos y de llamarse Rey de los judíos”. Poncio Pilatos le pregunta a Jesús: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. Le contesta: “Tú lo dices, pero mi Reino no es de este mundo”. El Reino de Dios que Jesús predicaba era espiritual y escatológico basado en el amor filial a Dios Padre y en amor fraterno universal a los humanos.
 Poncio Pilatos viendo que era inocente e injusta su condena a muerte, pretende salvarle utilizando una vieja costumbre de dar la libertad por Pascua a un condenado a muerte. Propone a los pontífices  Caifás y Anás que escojan entre salvar a Barrabás, famoso asesino y ladrón encarcelado, y Jesús de Nazaret. Pero ellos persuaden y concitan a los presentes para que pidan la libertad para Barrabás y la crucifixión para Jesús de Nazaret.
Pilatos les pregunta: “¿A quién queréis que suelte de los dos?”. Anás y Caifás y sus secuaces servidores del Templo de Jerusalén responden pidiendo la libertad para Barrabás y la crucifixión para Jesús.  Pilatos les responde: “Tomad vosotros a Jesús y crucificarlo, porque yo no encuentro causa alguna para ordenar su crucifixión. Anás y Caifás le contestan: “Nosotros  tenemos una ley según la cual debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios”.
No obstante, Poncio Pilatos intenta soltarlo y darle libertad. Pero, ellos le contestan: “Si sueltas a éste no eres amigo del César, porque el que se hace rey contradice al César”. Pilatos a la hora sexta le presenta a Jesús diciendo: “¡He aquí a vuestro rey!”. Los secuaces servidores del Templo, manipulados por Anás Caifás, gritan: “Quita, quita, crucifícalo”. Los dos citados pontífices le dicen: “Nosotros no tenemos más rey que el César”. Poncio Pilatos lava las manos, y cobardemente dice: “Soy inocente de la sangre de este justo. ¡Allá vosotros”!
 Da libertad a Barrabás y entrega a Jesús de Nazaret a Anás, Caifás y demás personal presente en el pretorio para que le crucifiquen, y escribe en un letrero la causa de su crucifixión: “Jesús, Rex Judeorum”. Entonces Anás y Caifás le dicen a Poncio Pilato: “No escribas Rey de los Judíos, sin que él dijo soy el Rey de los Judíos”. La causa que Caifás y Anás y sus servidores secuaces utilizaron e instrumentalizaron para conseguir la crucifixión de Jesús de Nazaret no fue religiosa, blasfemar contra el Templo de Jerusalén o llamarse Mesías o Hijo de Dios, sino que fue política, “ser Rey de los Judíos”. 
Los soldados desnudan a Jesús, le ponen la túnica escarlata, una corona de espinas en la cabeza y una caña en la mano derecha, se arrodillan ante él para burlarse, llamándole “Rey de los Judíos”. Le escupen, le quitan la caña y con ella le golpean la cabeza, le sacan la túnica, le ponen sus vestidos y le llevan al Gólgota, que distaba 600 m. del pretorio de Poncio Pilatos para crucificarle llevando sobre sus hombres el patíbulo de la cruz. Los soldados por el camino encuentran a Simón de Cierne, a quien le obligan a llevar el patíbulo de la cruz hasta el Gólgota. Jesús se hallaba totalmente extenuado y sin fuerzas para llevarlo
         Llegados al Gólgota, Jesús es desnudado y tendido en tierra boca arriba. Los soldados le extienden sus  bazos sobre el patíbulo, palo trasversal de la cruz, le clavan los clavos sobre sus manos, elevan su cuerpo clavado al patíbulo que sujetan con cuerdas al palo vertical de cinco metros y que se apoya en un agujero de la tierra. Le clavan sus pies para mayor sujeción de su cuerpo quedando a menos de un metro de altura desde la tierra. En el alto del palo vertical de la cruz colocan una tabla de madera, donde muestran la causa de su crucifixión: “Este es Jesús, Rey de los Judios
 Crucifican también a su derecha y a su izquierda a dos malhechores. Uno de ellos le insulta: “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios. ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros?”. El otro le recrimina diciendo: “Nosotros lo merecido por nuestras obras, pero éste no ha hecho nada. Jesús, acuérdate de mi cuado estés en el paraíso”. Jesús le contesta: “Hoy estará conmigo en el paraíso”.
Los que pasaban por allí le insultaban diciendo: “Tú que destruías el templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. De semejante manera, Anás y Caifas, los escribas y ancianos hacían su burla diciendo: “Salvo a otros y no puede salvarse a si mismo. Es rey de Israel que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Puso su confianza en Dios, que le salve ahora si es que le ama, ya que é ha dicho soy hijo de Dios”.
   A partir de la hora sexta hubo una oscuridad sobre la tierra. A  la hora nona, 3 de la tarde, viernes, 14 de nisán (3 de abril), según Mateo y Marcos, Jesús gritó con voz fuerte: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Al oír esto, algunos de los que allí estaban dijeron: “Este llama a Elias”. Un soldado  toma una esponja, la empapa en vinagre y la pone en la punta de una caña e intenta darle de beber para calmar sus fuertísimos dolores, pero Jesús gritando con fuerte voz exhala su espíritu. Según Lucas, Jesús grita con fuerte voz: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu. Dicho esto expira”.
 Los tres sinópticos escriben que muchas mujeres, a distancia, contemplaban la crucifixión de Jesús. Entre ellas, según Mateo y Marcos, estaban María Magdalena, María de Cleofás, Salomé de Zebedeo. Juan añade: “Todos sus conocidos y las mujeres que le habían acompañado de Galilea, se habían colocado a distancia para ver estas cosas”, es decir para ver lo sucedido y en que terminaba todo. Añade: “Junto a la cruz estaba su madre María, su hermana María de Cleofás y María Magdalena.
 Jesús viendo a su madre, a su lado, de pie, al discípulo que amaba le dice: “Mujer he ahí a tu hijo”, y al discípulo le dice: “He ahí a tu madre. Desde aquella hora dicho discípulo que era el citado Juan, la tomó consigo”. Jesús sintiendo sed manifiesta: “Tengo sed”. Los soldados burlándose le ofrecen vinagre. Jesús en alta voz clama: “Consumado está e inclinando la  cabeza entrega su espíritu”.
 Entonces, el velo del Templo se rasga, la tierra tiembla y las rocas se rajan, los sepulcros  se abren y los cuerpos de muchos santos resucitan. El centurión que había presenciado y dirigido su crucifixión y los soldados al ver lo sucedido daban gloria a Dios diciendo: “Realmente este hombre era justo, verdaderamente era el Hijo de Dios, y  todos los presentes se golpeaban los pechos”.
La muerte por crucifixión es, sin duda, la más cruel, aterradora y dolorosa posible, no solo por las heridas desangrantes producidas por los clavos, sino, sobre todo, porque produce un total destrozo y desgarro del sistema neurológico y nervioso, que ocasiona fuertes estados de convulsión, asfixia, sed, dolor y angustia total hasta la locura en el crucificado provocados por su alzamiento vertical. De ahí, los fuertes gritos y palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret clavado en la cruz. 
 Cicerón escribe: “La crucifixión es el suplicio más cruel y más ignominioso posible”. Los judíos no la tenían en sus leyes penales, sin embargo, Anás y Caifás  piden a Pilatos que la aplique a Jesús. Los romanos habían tomado la crucifixión de los cartagineses, que a  su vez, la habían recibido de los persas, y la aplicaban  a los esclavos y personas libres por grandes delitos de homicidios, asesinatos, robos, traiciones y sediciones.
José de Arimatea, miembro del Sanedrín que no había aprobado la detención, condena a muerte y crucifixión de Jesús de Nazaret, y que esperaba el Reino de Dios, fue junto a Poncio Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús para darle sepultura. Poncio Pilatos cerciorado por los soldados de que ya había fallecido, le autoriza poder darle sepultura. Al amanecer del sábado, José de Arimatea y  Nicodemo  bajan el cuerpo de Jesús de la cruz, lo envuelven en lienzos con aromas y lo sepultan en un nuevo sepulcro excavado.
 Las mujeres, entre ellas, Maria Magdalena, Maria de Cleofás, Salomé y Juana, que habían seguido a distancia su crucifixión y su enterramiento, regresan a sus casas, preparan aromas y miras. Descansan durante el sábado según la ley mosaica. Al día siguiente, domingo, muy de mañana, van al sepulcro para llevarle aromas. Hallan la piedra apartada que cubría el sepulcro y no encuentran el cuerpo de Jesús. Quedan  desconcertadas. En estas circunstancias, dos varones con vestidos resplandecientes les dicen: “A quién buscáis, no esta aquí, sino que ha resucitado”. Recodad lo que os dijo  en Galilea: “Conviene que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, sea crucificado y resucite al tercer día”.
 María Magdalena llorando junto al sepulcro, vuelve su mirada hacia atrás y ve a Jesús de pie, pero no le reconoce. Le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?” Ella creyendo que era el jardinero, le dice: “Señor,  tú lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo cogeré”. Jesús le responde: “¡María!”. Ella le dice: “¡Maestro!”. El le contesta: “Deja de tocarme porque todavía no subí al Padre. Ve a mis hermanos y dile que subo a mi Padre y a vuestro Padre y a mi Dios y a vuestro Dios”.
 María Magdalena, muy contenta, va junto a los discípulos.  Les dice que ha visto al Señor y les cuenta lo que  le dijo. Entonces, Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro, se inclinan hacia él y sólo ven los lienzos en el suelo y el sudario en otro lugar a parte. Maravillados y muy contentos de lo sucedido, regresan a casa en Jerusalén.
Quiero terminar este dramático relato de la cruel detección, proceso, y crucifixión de Jesús de Nazaret, siendo inocente, santo y justo, prototipo y ejemplo de tantos otros dramas personales causados u ocasionados injustamente, con unas  palabras de Ernesto Renán, escritas en  su libro, La vida de Jesús: “¡Jesús, tú serás el signo alrededor del cual se librará la más ardiente batalla, y arrancar tu nombre de este mundo sería conmover sus cimientos. Pleno vencedor de la muerte, toma posesión de tu Reino, al que te seguirán por el camino que has trazado, siglos de adoradores !”

              José Barros Guede.
              A Coruña,  3 de abril del 2012


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