lunes, 9 de abril de 2012

DE LA OSCURIDAD DE GETSEMANÍ, A LA LUZ DE LA RESURRECCIÓN.


De la oscuridad de Getsemaní, a la luz de la Resurrección
Luz y oscuridad han marcado el eje de la Semana Santa del Papa. Con la resurrección de Cristo, «Dios vuelve a decir: Que exista la luz». Pero esta nueva creación no habría sido posible si Jesús no hubiera entrado en la noche de Getsemaní «para superarla e inaugurar el nuevo día de Dios en la historia de la Humanidad»
Noticia digital (09-IV-2012)

El Jueves Santo es mucho más que la fiesta de la institución de la Eucaristía. En su homilía de la Misa en la Cena del Señor, el Papa recordó que también forma parte de este día «la noche oscura del Monte de los Olivos, hacia la cual Jesús se dirige con sus discípulos; forma parte también la soledad y el abandono de Jesús que, orando, va al encuentro de la oscuridad de la muerte; forma parte de este Jueves Santo la traición de Judas y el arresto de Jesús, así como también la negación de Pedro, la acusación ante el Sanedrín y la entrega a los paganos, a Pilato».
El Santo Padre dedicó su homilía a lo sucedido en Getsemaní, y al simbolismo de la noche: «La noche significa falta de comunicación, una situación en la que uno no ve al otro. Es un símbolo de la incomprensión, del ofuscamiento de la verdad. Es el espacio en el que el mal, que debe esconderse ante la luz, puede prosperar. Jesús mismo es la luz y la verdad, la comunicación, la pureza y la bondad. La noche, en definitiva, es símbolo de la muerte, de la pérdida definitiva de comunión y de vida. Jesús entra en la noche para superarla e inaugurar el nuevo día de Dios en la historia de la Humanidad».
Camino abierto hacia la libertad
En esa noche en la que ha entrado por su propio pie, Jesús «experimenta la angustia ante el poder de la muerte», una turbación propia del hombre y de toda criatura viviente. Pero hay más: «En las noches del mal, Él ensancha su mirada. Ve la marea sucia de toda la mentira y de toda la infamia que le sobreviene en aquel cáliz que debe beber. Es el estremecimiento del totalmente puro y santo frente a todo el caudal del mal de este mundo, que recae sobre Él».
En este trance, Jesús «forcejea con el Padre. Combate consigo mismo. Y combate por nosotros», pues «también me ve y ora por mí». Su voluntad natural «retrocede asustada». Sin embargo, «en cuanto Hijo, abandona esta voluntad humana en la voluntad del Padre: no yo, sino tú». Así combate la que, desde Adán, ha sido «la rebelión fundamental que atraviesa la Historia». Cuando el hombre «se pone contra Dios, se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si estamos unidos a Dios. En el forcejeo de la oración en el Monte de los Olivos, Jesús ha deshecho la falsa contradicción entre obediencia y libertad, y abierto el camino hacia la libertad».
Una creación «totalmente nueva»
Sin embargo, en la mañana de Pascua, «Dios vuelve a decir: Que exista la luz», explicó el Papa en la homilía de la Vigilia Pascual. De forma opuesta a la oscuridad, «la luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso».
Que el relato de la creación comience por la creación de la luz significa que «Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo». El mal, por el contrario, proviene de la negación de Dios.
Después de «la noche del Monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro», ahora «vuelve a ser el primer día, comienza la creación totalmente nueva. Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios».
La iluminación del bautismo
Esto -puntualizó Benedicto XVI- no se refiere solamente a Jesús, ni a la oscuridad de aquellos días. «Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios, que vale para todos nosotros». El puente por el que este nuevo día viene a nosotros es el sacramento del bautismo. A través de él, «Cristo nos toma de la mano. A partir de ahora Él te apoyará y así entrarás en la luz, en la vida verdadera. Por eso, la Iglesia antigua ha llamado al bautismo photismos, iluminación».
Nuestro mundo -explicó el Santo Padre- se encuentra amenazado por «la oscuridad acerca de Dios y sus valores». Si éstos, si la diferencia entre el bien y el mal «permanecen en la oscuridad, entonces todas las otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro, a nosotros y al mundo». La fe, «que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz».
Por último, el Papa explicó el simbolismo del cirio pascual. Esta vela «da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz». Además, «se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo».
M.M.L

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