lunes, 9 de abril de 2012

ALBETI; POR ALFONSO USSÍA.

La razón




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Alberti; por Alfonso Ussía
Diccionario Inteligente
8 Abril 12 - - Alfonso Ussía
He leído, como siempre, el artículo dominical de Luis del Val, una crítica dura y educada a un alcalde del PP que quiere borrar al poeta Rafael Alberti del callejero de su municipio. Estoy completamente de acuerdo con Luis. No podemos ser como ellos. Hace años, un memo del PSOE anunció que de alcanzar el socialismo la alcaldía de Madrid –lo tiene crudo–, suprimiría la calle de Pedro Muñoz-Seca «por su pasado franquista». ¿Cómo iba a ser franquista don Pedro si lo asesinó el Frente Popular con anterioridad a su decisión de serlo o no? Rafael Alberti, precisamente, paisano de Muñoz-Seca, nada hizo por salvarlo, y su memoria personal no ocupa lugar en mis emociones y simpatías, pero fue un poeta fabuloso, y ése el motivo de tanta calle y monumento, no por haber sido una buena o mala persona.

Desde su «Marinero en Tierra» hasta sus diálogos de Venus y Príapo, Rafael Alberti nos ha dejado una herencia poética formidable. Su Poesía de guerra es deleznable, como casi todas. Como la de Antonio y Manuel Machado, la de Miguel Hernández, la de Agustín de Foxá, la de Dionisio Ridruejo y la de cuantos poetas, de un lado y del otro, dispararon con estrofas contra los de enfrente. En el exilio bonaerense, Alberti recupera su grandeza poética, y en el año 1970, ya en Roma, entre los gatos y los chulos del Trastévere, Rafael Alberti nos regala su «Roma, Peligro para caminantes», un soberbio poemario de melancolías desde las que vislumbra su próximo retorno a la bahía de Cádiz, sus arboledas perdidas, su playa de Valdelagrana, el caserón del colegio de los jesuitas – fue compañero de Juan Ramón, Muñoz-Seca y Villalón, si bien en diferentes cursos–, y el fin de la lejanía. 

Es difícil superar su amor poético por el arte. Su libro «A la Pintura» es un prodigio en sí. Se decía que Rafael quería ser Picasso, que Picasso quería ser Modigliani y que Modigliani estaba encantado de ser Modigliani y no deseaba cambiarse por nadie. «Mi nombre es Azul Pablo Ruiz, Azul Picasso». Rafael Alberti terminó ingresando en la Real Academia de Bellas Artes, porque en la Real Academia Española –la que le correspondía por sus indudables méritos y hallazgos literarios–, se topó con la resistencia de la envidia. La misma envidia que impidió, por la influencia de un imbécil, que Antonio Mingote recibiera el Premio «Príncipe de Asturias» de Humanidades. Rafael Alberti era, ideológica y políticamente, todo lo que mi sensibilidad rechaza. Comunista mimado, luchador en la retaguardia, y señorito descentrado. Pero como poeta fue inconmensurable,  su nombre es gloria de nuestra Poesía, y merece el respeto y la admiración de quienes no compartan sus ideas, y sí sus poemas.

Mala costumbre esa de los poderes políticos de poner y quitar nombres de calles. En ocasiones el escándalo ha sido mayúsculo, como el protagonizado por el anterior poder municipal de Sevilla de cambiar la calle del General Merry y Ponce de León en beneficio de Pilar Bardem, por exigencia de Izquierda Unida. Alberti no es Pilar Bardem, una actriz mediocre y sólo destacable por su afición a las pancartas. Alberti es un poeta glorioso, un dominador de todos los rincones de la Poesía, un hacedor de belleza y profundidad. 

No conozco al alcalde ni he querido informarme de la localidad cuyo Ayuntamiento preside. Se escribe con mayor libertad de los hechos cuando sus protagonistas son aire. Ellos sí lo hacen. Quieren borrar una parte de la Historia de España, la que no les conviene, y al fin y al cabo, la que los derrotó y aún no lo han digerido. Pero el PP no puede permitirse el lujo de tener sueltos por ahí alcaldes que borren de sus calles los nombres de los grandes. Y Rafael Alberti, al que tan poco estimo personalmente, lo fue.

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